Editorial:

Chile y Perú: no perder la calma

Santiago, 6 de Noviembre de 2005

Aunque en rigor hubo algunos anuncios, la decisión peruana (ejecutivo y legislativo) de trazar unilateralmente la frontera marítima con Chile ha sido la gran sorpresa de los últimos días. Hay explicaciones. Por ejemplo, se ha hablado del síndrome de los últimos días de los presidentes Lagos y Toledo. En general, los chilenos hemos reaccionado como siempre: cerrando filas en torno al gobierno y sosteniendo que lo más probable –igual como ocurre cada vez que hay problemas con Bolivia y con Argentina- que la razón son los problemas de popularidad del respectivo gobernante.

Es difícil hacer un análisis más pausado. A Tomás Hirsch se le vino la estantería encima porque no se cuadró de inmediato. Y aunque la Armada y el Ejército han sido muy medidos en sus reacciones, una vez más se desataron las lenguas. Desde un bote, el candidato Lavín instó a la defensa de “nuestro mar”, “el mar de Prat”; igual como los peruanos han hablado del “mar de Grau”. Es evidente que hay quienes, en este río revuelto, creen que es hora de obtener ganancias, revivir los fantasmas belicistas, reiterar la necesidad de “modernizar” los armamentos y olvidarnos de “tonterías” como “la no violencia activa”....

Hasta que deliberadamente el gobierno bajó el tono, parecía que inevitablemente nos encaminábamos a un enfrentamiento de esos que nadie quiere explícitamente pero que muchos anhelan en silencio. Después de tantas derrotas, los “duros” finalmente encontraron una causa “políticamente correcta” o casi. Criticar las “gestas” del pasado o poner en duda los límites, aunque precisamente no sean del todo claros, como ocurrió por años con Argentina, es dar pábulo a quienes tienen en la punta de la lengua y del cerebro la acusación de antipatriotismo. Son los mismos, obviamente, que se solazaban con descalificar como “mal nacidos” a los que no comulgaban con Pinochet o con las mentiras oficiales de la dictadura

El error del gobierno del Perú y del Poder Legislativo de ese país fue imponer unilateralmente su visión. Después de medio siglo de aceptar determinada delimitación marítima, no parece defendible tratar de cambiar las cosas, sin diálogo alguno. Es sospechoso que esto ocurra en tiempos pre-electorales. La unanimidad del Poder Legislativo es igualmente sospechosa, lo mismo que la rapidez con que se procedió a promulgar la nueva ley.

La falta de reflexión puede resultar contraproducente para quienes han estado detrás de esta decisión. Bolivia, por ejemplo, sabe que cualquier salida al mar pasa por un acuerdo tripartito. Una vez ya un posible corredor hacia el Pacífico se estrelló contra la intransigencia peruana. Ahora, desatado el litigio, la solución parece muy lejana.

En esta controversia, Perú puede ganar aliados. Pero no tendrá algunos apoyos que son indispensables a la hora de sentarse a conversar civilizadamente.

Abraham Santibáñez

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