Editorial:

El incómodo ejercicio del poder

Santiago, Domingo 12 de Febrero de 2006

Pasada la novedad del cambio de mando, lo que viene ahora es que los chilenos asumamos lo que significa el tener una mujer en La Moneda.

Ya hemos sido notificados de que enfrentamos un estilo diferente. Se vio en la designación de ministros, subsecretarios y otras autoridades. Es Michelle Bachelet quien decide y así quiere que se sepa. La experiencia de muchas décadas fue que, en democracia, casi siempre la última palabra la tuvieron los partidos. Al comprobar que ya no será más así, hubo quienes, sorprendidos, se enojaron. “Amurrado”, como dijo el ministro del Interior Andrés Zaldívar.

Habrá tiempos para más sorpresas y –tal vez- más enojos.

En las ceremonias de los últimos días, pese a la emoción compartida por el Presidente que se iba y la Presidenta que llegaba, fue fácil advertir otra faceta de la diferencia de estilos. Lagos cultivó hasta el final una imagen plena de reminiscencias de Francois Miterrand: solemne, convencido de la importancia del cargo y de la necesidad de marcar la observancia de todos los ritos. Michelle Bachelet, en cambio, se permitió más de una juguetona salida de libreto, Demostró cumplidamente sin embargo que, a pesar de todo se toma en serio su tarea.

Fue notoria su expresión solemne al momento de hacer la promesa como Presidenta o la emoción profunda con que encaró, por primera vez, el saludo de las tropas en las afueras del Congreso o de la guardia de palacio a su llegada a La Moneda. Más reveladora aún –pese a los significativos abrazos apretados que dio, especialmente el de Ricardo Lagos- fue la seriedad con que recibió el recuerdo hecho por el cardenal Errázuriz de su padre, en el aniversario de su muerte, el domingo 12 de marzo.

Para quienes saben leer este tipo de mensajes resulta claro que la Presidenta sabe perfectamente cual es su papel y tiene claro cómo lo va a desempeñar. Lo demostró al asignar tareas desde el primer día a ministros e intendentes. Pero, sobre todo, en la cuidadosa distancia que se ha esforzado en establecer entre ella y los gobernados. Sigue siendo cariñosa y espontánea. No ha perdido la sonrisa y confiemos en que no la pierda en los próximos cuatro años. Pero no está dispuesta a ceder su autoridad ni a dejar que nadie crea –o haga creer- que goza de su confianza sin tenerla.

Es, al fin y al cabo, la alquimia poderosa que siempre opera en estos casos. Por respeto a quienes la eligieron –una clara mayoría de los chilenos- Michelle Bachelet deberá hacer sacrificios, pero todo indica que está consciente de que ellos son necesarios para garantizar el éxito. Será diferente del estilo Lagos, pero puede ser tanto o más eficaz.

Habrá que verlo en la práctica.

Abraham Santibáñez

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