Editorial:

Cuando pase la tormenta

Santiago, 4 de Junio de 2006

Hace un mes, cuando los chilenos debatíamos acerca del destino de los excedentes del alto precio del cobre, planteamos en este mismo espacio la posibilidad de que se destinaran a la educación. El argumento tenía como base una encuesta realizada por cuenta de Publimetro por investigadores de la Universidad Diego Portales, que mostró que un alto porcentaje de santiaguinos estaba por esta opción.

Una suscriptora de esta página, amiga nuestra, no estuvo de acuerdo. Recordó que durante años se han entregado aumentos sustanciales al presupuesto educacional y los resultados han sido constantemente negativos. El debate quedó ahí en ese momento, pero muy poco después, la rebelión de los estudiantes secundarios lo puso en primer plano.

Hoy está claro que no basta una mayor inversión para resolver la crisis. Pero evidentemente se requieren más recursos. Lo que se empieza a discutir es cómo canalizarlos. Al proponer una suma importante para mejorar la infraestructura, la Presidenta Bachelet entregó una primera señal. Faltan otras, sin embargo.

Ya sabemos que hay una crisis. La pusieron en la agenda los secundarios y bienvenido sea, pero en vez de seguir derrochando palabras en reconocer lo que es obvio, habría que dar los siguiente, enormes pasos que se necesitan. Uno de ellos, claro, es que no puede la derecha, que se amparó en la Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza y que no aceptó siquiera discutirla mientras pudo, seguir con un doble discurso: que sí que apoya el cambio, pero no, que no lo apoya si se quiere sacrificar lo sustancial... en su visión, claro.

Es como el tema valórico, tan manoseado desde el pasado 21 de mayo. Lo valórico pasa ciertamente por la defensa de la vida, pero no se queda en un debate teórico, sino que obligadamente debe bajar a terreno: a la calidad de vida, al trabajo debidamente remunerado, a la vivienda digna... e incluso a la calidad de la educación. Es, hay que decirlo también, la misma inconsecuencia de quienes se conduelen por la (muy débil) condena del líder de los Legionarios, pero no han tenido ni un gesto de compasión ante el sufrimiento de sus víctimas, denigradas por tantos años.

En el caso de la educación, tras el despliegue de metáforas y loas a los jóvenes, lo que viene es el duro ejercicio de poner las bases de la enseñanza más adecuada para este milenio. Se trata de saber qué sociedad queremos, cuánta libertad somos capaces de aceptar y cuanto de nuestros privilegios estamos dispuestos a ceder.

Es cómodo solidarizar con las manifestaciones estudiantiles cuando se trata de ir de paro o de hacer gestos externos. Pero lo importante es que esta solidaridad nos lleve realmente a una sociedad más solidaria y más pluralista. Pero, sobre todo, más democrática.

Abraham Santibáñez

Volver al Índice