Editorial:

Reaprendiendo a ser honestos

Santiago, 19 de Noviembre de 2006

Con el entusiasmo de la nueva mayoría en ambas ramas legislativas, Nancy Pelosi, la futura presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., proclamó su convicción de que el ahora viene “el más honesto, más abierto y más ético Congreso de la historia”.

Es la lógica reacción al hecho simple de que las elecciones las perdieron los republicanos no solo en las calles de Bagdad, sino también en los laberintos de la corrupción en su propio país. Las dificultades, sin embargo, no se han hecho esperar. Hay quienes creen, como la experimentada senadora Dianne Feinstein, de California que, “si la ley es clara y precisa, los legisladores la acatarán”, por lo que no se necesitarían nuevos mecanismos burocráticos. Menos confiados, los que piden mecanismos más rigurosos, quieren limitar los contactos con los lobistas, prohibir que los parlamentarios acepten comidas, viajes o regalos de su parte, y que incluso se prohíba a los lobistas entrar a las salas del Senado y la Cámara y a los gimnasios, lugares que obviamente se prestan para diálogos difíciles de detectar.

Aunque Estados Unidos nunca ha estado libre del contagio, durante décadas sus autoridades proclamaron ante el resto del mundo la limpieza de su democracia y la capacidad de descubrir y castigar la corrupción. Al mismo tiempo, se erigieron en los paladines de la denuncia ante el resto de las naciones, en las cuales –a veces en dictadura, pero no siempre- un raro club conformado por los autoproclamados defensores de la democracia, los vendedores de armas y los abastecedores de maquinaria, entre otros, compraban adhesiones y aseguraban votos donde creueran que era necesario.

Ahora sabemos que la tarea, especialmente cuando se hace con honestidad, nunca termina, que no es suficiente con la declaración de buenas intenciones. Todo lo cual constituye, sin duda, una realidad que los chilenos debemos tomar en cuenta. Después de años de negativas, mientras –al parecer- el flagelo iba en aumento, finalmente la Concertación ha debido admitir que nadie es perfecto, ni siquiera sus militantes.

Es evidente que lo primero es aclarar lo ocurrido. Pero también es indispensable establecer mecanismos de prevención. Y en este debate, lo que discuten los norteamericanos resulta aleccionador. Hay quienes creen que basta con más leyes, más rigurosas y, en definitiva, más policías al acecho. Porque el candidato a contralor no les daba –según ellos, garantías suficientes en este sentido fue vetado por la oposición.

Pero sería ingenuo y, sobre todo peligroso, creer que alguien pueda estar por encima de toda tentación y por lo tanto pueda dejarse la tarea de “la salud pública” en manos de un funcionario o un grupo de funcionarios, a los cuales desde luego habría que pagar muy bien. Más importante que cualquier mecanismo legal, es sin duda la convicción moral de que hay cosas que no se deben hacer.

En todos los niveles hay consenso en Chile que robar es malo. Pero no ocurre lo mismo con acciones que son equivalentes: el no pago de derechos de propiedad intelectual de libros y CDs piratas, el fotocopiado sistemático de libros, el pasar por debajo del torniquete del Metro, el copiar en las pruebas o exámenes, el prescindir de la boleta a cambio de una supuesta rebaja en el precio de un producto o servicio... y la lista es larga.

La verdadera forma de combatir la corrupción es asumirla como responsabilidad de todos. Y para ello necesitamos una educación que a lo mejor es tan simple –pero que solía ser efectiva- como aprendernos (y practicar) eso de “qué linda en la rama la fruta se ve. No es mía, lo sé...

Abraham Santibáñez

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