Editorial:

Chilenos en desgracia... y, además, enojados

Santiago, 22 de Abril de 2007

Con motivo del relanzamiento de las Memorias del Cardenal Silva Henríquez, el ex Presidente Eduardo Frei contó las emotivas circunstancias en las cuales el prelado lo instó a abandonar su próspera carrera como empresario y seguir el llamado de su vocación política: “Me fui a hablar con él y me tomó del brazo y me dijo: ‘No tengas ninguna duda, si vas a trabajar por Chile, por su libertad, por su democracia, por los pobres de Chile, adelante’. Y ahí tomé la decisión”.

En la misma oportunidad, la Presidenta Michelle Bachelet habló sobre el Cardenal desde otra perspectiva. Pero seguramente algún día recordará en público el momento en que decidió convertirse en candidata e inició un camino que la llevó hasta La Moneda. Nadie sabe con certeza, salvo ella misma, qué la decidió, qué aspectos sopesó, qué puntos a favor y en contra tomó en cuenta. Pero es de imaginar que nunca sospechó que, habiendo sido elegida Jefa de Estado, llegaría el momento amargo en que su presencia no sería bien recibida, como le acaba de ocurrir en Puerto Aysén y antes le ocurrió en la Región del Bío-Bío.

Hasta ahora, la tradición era que cuando el Presidente de la República iba a acompañar en su desgracia a quien había sufrido los efectos de un sismo, un accidente grave, una inundación o cualquier otra catástrofe, era recibido con el agradecimiento de quienes veían en él (o en ella, en este caso) un delegado solidario de todos los chilenos. Así fue por años, por lo menos desde que Pedro Aguirre Cerda viajó a la zona destruida por el terremoto de Chillán. Ahora no sucede lo mismo y es de presumir que si una tarde cualquiera, en las largas filas de usuarios que esperan en Santiago un bus o el metro para regresar a casa, su presencia sería igualmente rechazada.

No es un tema de popularidad en las encuestas. Es el inquietante síntoma de un rápido desgaste de un gobierno que ha cometido errores garrafales o ha pagado el precio de los errores de su antecesor. El Transantiago es una mezcla de situaciones que incluso a última hora se pudo salvar, gracias a un golpe de intuición. Pero no fue así. En cambio, lo ocurrido en Aysén es una demostración de la vieja –y trágicamente errada- estrategia de insistir que todo está bajo control, incluso cuando no se sabe bien qué puede pasar. Hoy hay problemas en la atención de salud, que tienen un emblema doloroso: el hospital de Talca. Se avecina un invierno en el cual podemos sufrir una grave crisis de abastecimiento de gas. El desafío de la educación se ha convertido en un callejón de difícil salida e incluso un tema que podía permitir un acercamiento con la clase empresarial (la depreciación acelerada) se transformó en la fuente de la peor crisis de la Concertación que nos gobierna desde 1990.

Ahora parece que la pregunta no es qué nos ofrece el gobierno sino en qué problema se va a meter... sin haber resuelto los que ya tiene.

Abraham Santibáñez

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