Editorial:

Sarkozy: el entusiasmo de la llegada al poder

Santiago, 29 de Julio de 2007

Los chilenos –algunos, por lo menos- están descubriendo a Nicolás Sarkozy. Antes de cumplir los míticos primeros cien días en el poder, el nuevo Presidente de Francia entusiasma a la derecha. El discurso con que recibió en la sede de gobierno a los parlamentarios de la mayoría, un verdadero programa de gobierno, ha sido saludado con aplausos. Se distribuyen copias por mail y por mano. Un lector de El Mercurio propone incluirlo en el vapuleado “maletín literario” como “una brisa de aire fresco”.

El polémico comentarista Hermógenes Perez de Arce aviva el debate con un recuerdo curioso: “Un dirigente político declaró el año pasado que en cinco años más se iba a vivir a Francia. Nadie le preguntó por qué, pero yo creo saberlo: la Concertación está echando a perder tanto al país que, en unos años más, los chilenos que puedan van a preferir vivir en otra parte. En particular, en algún país "que venga de vuelta", como Francia”. El sábado recién pasado, el mismo Decano destacó su posicionamiento “con su estilo torbellino”.

¿Por qué tanto entusiasmo?

Nicolas Paul Stéphane Sarközy de Nagy-Bocsa, hijo de un inmigrante húngaro, inició una precoz carrera política ganando su primera elección a los 22 años bajo las banderas del gaullismo, fuerza que nunca abandonó, pese a que cambió la denominación más de una vez. Es que sus principios han sido siempre los mismos de derecha, incluyendo la mano dura contra los jóvenes y los inmigrantes cuando estuvo –como ministro del Interior- a cargo del orden.

Pero, al revés de otros derechistas que en el mundo han sido, Sarkozy es un pragmático. Fue así como logró el triunfo, ganó una mayoría parlamentaria y ahora goza de un inédito 70 por ciento de aprobación ciudadana. Nombró entre sus ministros a connotados izquierdistas y se jugó por un candidato propio para el FMI, aunque sabe que el peso en esa balanza lo tiene Estados Unidos desde siempre. No es su única aventura en el plano internacional: cuando el caso de las enfermeras búlgaras y un médico parecía en un callejón sin salida, logró vencer la reticencia de Muammar Gadafi. No se sabe qué prometió, pero inmediatamente después que el grupo salió en libertad, él mismo viajó a Libia para firmar una serie de convenios de cooperación que aseguren a ese país el retorno pleno “al concierto de las naciones”. Que uno de estos acuerdos contemple un acuerdo para el uso civil de la energía nuclear podría ser un riesgo. En los hechos, sin embargo, Sarkozy ha acelerado un reencuentro con Gadafi que ha tardado en exceso, pese al reconocimiento del líder libio de la responsabilidad de su país en la bomba que destruyó su avión sobre Lockerbie (Escocia) en 1988. Ahora el que pedía una explicación era él mismo, ante la posibilidad cierta de que las enfermeras hubiesen inoculado deliberadamente el virus del sida a unos 400 niños.

Esta capacidad de aprovechar a tiempo las oportunidades es un buen logro del nuevo Jefe de Estado de Francia. Pero no garantiza, en modo alguno, el éxito de su gobierno.

Ello hace que el entusiasmo de algunos grupos, incluyendo la derecha chilena, deba ser tomado con cautela. Después de todo, nuestro país le debe mucho a Francia. Muchas influencias positivas y algunas modas más efímeras. Entre estas últimas conviene no olvidar a Agustín Encina, el personaje de Alberto Blest Gana en Martín Rivas. Atolondrado y simpático, le costaba vivir en Chile después de su paso por París. Es un buen ejemplo de que una buena lección puede ser ser nefasta si se aprende mal.

Abraham Santibáñez

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