Editorial:

Cuidar la conciencia

Santiago, 4 de Noviembre de 2007

La Iglesia Católica ha hecho lo que le correspondía: en la duda acerca de si los “anticonceptivos de emergencia” -la también llamada píldora del día después- pueden ser abortivos, se ha empeñado en una campaña en contra de su uso y comercialización. La ya larga batalla en Chile tuvo un nuevo episodio cuando las principales cadenas farmacéuticas fueron sancionadas por no vender el producto. Inicialmente habían dicho que no estaba disponible, pero ese argumento no sirvió luego que el Estado de encargó de importarlo directamente.

En medio de la polémica, a las voces locales se sumó la voz de la suprema autoridad católica. El 29 de octubre el Papa Benedicto XVI, habló ante una convención de farmacéuticos romanos, con un llamado a proteger la vida frente a productos abortivos o que produzcan la eutanasia: “No es posible anestesiar la conciencia, por ejemplo, cuando se trata de moléculas cuyo objetivo es detener la implantación de un embrión o terminar con la vida de alguien”.

El argumento fue de inmediato acogido en Chile y el debate, una vez más, ha sido asimétrico: las voces que aplauden al Papa son más numerosas y suenan con más volumen que el resto.

En el debate, sin embargo, tras el embate triunfalista del comienzo, han emergido importantes matices. Una información no desmentida señala que estas mismas cadenas no tienen objeción para vender el producto en sus filiales extranjeras. Más importantes aún son los argumentos que llaman a utilizar con cautela el concepto de la objeción de conciencia. El Papa lo plantea como un llamado a la conciencia individual de los católicos, no a los propietarios de grandes cadenas, como es el caso chileno. Pero, además, la expresión misma “objeción de conciencia” demanda un gran cuidado, ya que la banalización de su empleo podría terminar por anularlo. Quienes, por ejemplo, se oponen a la guerra, casi siempre aceptan prestar servicio a la Patria de otra manera, a veces incluso en puestos de mayor peligro, porque -según aclaran- no rehuyen el peligro, sino que no quieren usar armas mortales contra otros seres humanos.

En el caso chileno, mal podrían asumir la responsabilidad por decisiones individuales los propietarios de las cadenas, representantes de accionistas anónimos, cuya opinión no se conoce y cuyo interés responde a un legítimo afán de lucro dentro de la legalidad.

Una vez más parece que hay chilenos más papistas que el Papa.

Abraham Santibáñez

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