Editorial:

La solidaridad y los medios para lograrla

Santiago, 2 deDiciembre de 2007

En la madrugada del domingo, la Teletón 2007 cumplió –y superó- la meta. Esa misma tarde, en un almuerzo que ya es tradicional, se puso término al gran esfuerzo.

Mientras se terminan de contabilizar las donaciones, la mayoría de los chilenos entramos en otras preocupaciones e inquietudes, desde la PSU y el Día de la Secretaria hasta la Navidad y la planificación del veraneo. De la Teletón ya no se oirá hasta una nueva épica jornada.

Parece necesario, sin embargo, aprovechar el momento para hacer una reflexión sin las urgencias, pasiones y recriminaciones de un debate en los días previas a las “27 horas de amor”.

Hay numerosas preguntas en el aire.

Empecemos por la primera: ¿Tiene razón un columnista de El Mercurio, quien protestó porque el koala se convirtiera en el baile oficial de la Teletón? (Eso, naturalmente, sin contar con la opinión –que nadie se molestó en conocer- de los propios especialistas médicos acerca del efecto para la columna de los participantes de un esfuerzo excesivo).

Otra: ¿Es aceptable la oferta de una joven que púdicamente se describe como “escort”, que quiere donar los ingresos obtenidos en su profesión durante las mismas 27 horas que dura el evento? En la misma línea ¿por qué se tiene que aceptar a cualquier hora, pero sobre todo a media tarde, el humor chabacano que hasta ahora caracterizaba las pantallas de TV a partir de las 10 de la noche?

Otra: ¿Tiene sentido la publicidad arrasadora (y excluyente) de la Teletón que convierte en obligación moral la participación de todos los chilenos?

Y hay más consideraciones. La actriz Liliana Ross señaló en una carta pública que le parecía poco consecuente que vehículos con leyendas alusivas a la Teletón mostraran una conducta irresponsable en calles y autopistas... conductas en gran parte responsables de que sea necesaria una Teletón. Un par de días después, en un accidente lamentable –pero previsible- uno de los voluntarios a cargo de la tarea de pintar parabrisas con mensajes de apoyo, sufrió un mortal atropello. ¿Qué sentido tenía, en primer lugar, agregar más personas a la fauna callejera que nos asedia, compuesta por acróbatas, mendigos, asaltantes, lavaparabrisas y vendedores de bebidas y helados?

La Teletón ha sobrevivido más allá de lo que las más optimistas previsiones iniciales permitían suponer. Ha significado mucho para muchas personas. Pero todavía no está claro su real costo.

¿O es que, en este caso, el fin justifica cualquier medio?

Abraham Santibáñez

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