Editorial:

Desborde de emociones

Santiago, 30 de Diciembre de 2007

El impacto de la columna “Clemente”, con la cual Cristián Warken despidió a su hijo (unos dos mil posteos en 12 horas) ha puesto en evidencia lo mejor de Internet: la comunicación instantánea del sentimiento profundamente herido. En vez de limitarse a suspirar ante la tragedia de Clemente, muerto en un accidente casero, cientos de personas, muchas más que las que acudieron a su funeral, tuvieron la posibilidad de sumarse a su dolor y decirle las mismas cosas que siempre se dicen en estos casos y que solo sirven para dejar testimonio de la presencia de uno al lado de quien llora.

Ya lo sabíamos, pero hemos podido verificarlo “en vivo y en directo”: la tecnología nos permite dar un abrazo solidario desde nuestra casa o nuestra oficina, sin más trámite. Internet es probadamente la red más grande de intercambio de sentimientos de la historia de la humanidad.

Ya sabíamos, igualmente, que en materia de información no podemos confiar ni en Wikipedia ni en Google ni es los mails que nos dicen que nos cuidemos de los mails fraudulentos (incluyendo los bancarios). Pero también hemos tenido una demostración de ello en estos mismos días. La “Javi” quiso invitar a sus ciberamigos a su fiesta: llegaron más de diez por cada invitado, alterando el orden y la tranquilidad no solo en la casa de la “Javi” sino en todo el barrio. Esa noche de carnaval, en el barrio alto santiaguino se vio, con espanto, como los invitados-no-invitados orinaban en los autos y –en lo que parece la reacción más democrática de nuestro tiempo, por su transversalidad- daban rienda suelta a sus instintos vandálicos.

Habrá que decirlo una vez más: ni ángel ni demonio, Internet es solamente lo que nosotros mismos podemos hacer con ella (¿o es el Internet?). Servirá para mucho (trabajar, comprar, divertirnos, estudiar, ahorrarnos la cola en el banco o al pagar cuentas, que es lo que nos prometieron algunos visionarios hace más de una década), pero también nos facilita el engaño, el robo intelectual y –como ya se vio en el desafortunado episodio de los famosos que injuriaban a una compañera de pantalla- para descargar nuestras emociones. Algunas son muy buenas, como lo demostraron los comentarios conmovidos por la muerte del niño Warnke.

Pero también hay emociones de la peor clase que hasta ahora no afloraban en público. Hace un tiempo, la muralla era el papel de la canalla. Hoy, un posteo o un video en you tube puede ser muchísimo peor que cien grafitos.

Abraham Santibáñez

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