El embajador sigue molestando.

El alcalde de Providencia expresó su molestia porque no había sido informado. Algunos conductores de locomoción colectiva manifestaron su enojo porque los desvíos los afectaban en “la hora peak” y los pasajeros protestaban.

Por varios días, desde el jueves 19, un sector de Avenida Pedro de Valdivia en torno a la embajada de Uruguay sufrió los efectos del comienzo de la filmación de “The black Pimpernel”, una coproducción internacional dirigida por el danés Michael Lunderskov. Es, quizás, el último disgusto que provoca en nuestro país el embajador sueco Harald Edelstam. Hace más de tres décadas no vaciló en romper las normas diplomáticas en cumplimiento de lo que creía esencial: la protección de los derechos humanos de personas amenazadas por la recién implantada dictadura en Chile. Su explicación: “No puedo tolerar la injusticia”.

Traducido como “El clavel negro”, el título de la cinta recuerda vagamente el apodo irónico de “Pimpinela” con que fue calificado Edelstam en ese tiempo por algunos airados voceros del régimen.

A partir del 11 de septiembre de 1973, por voluntad propia y por instrucciones de su gobierno, realizó un intenso trabajo humanitario. A cargo de la sede cubana, defendió a quienes buscaron refugio ahí, lo mismo que en su propia embajada. Incluso desafió a las autoridades en territorios fuera de su jurisdicción, como cuando salvó la vida de 84 tupamaros uruguayos y brasileños que corrían el peligro de ser fusilados en el Estadio Nacional. Tal como se anotó en el libro “Chile, la Memoria prohibida”, logró el compromiso del mayor Lavandero, a cargo ese día de los detenidos, de que respetaría sus vidas. Posteriormente ellos pudieron salir de Chile, pero Lavandero murió, según se dijo oficialmente, de manera casual mientras manipulaba su arma de servicio.

Después de un incidente en la Asistencia Pública, en que logró que atendieran y le devolvieran a una asilada en la embajada, Edelstam colmó la paciencia del gobierno militar. En diciembre de 1973 fue declarado “persona non grata”. Esa es la razón por la cual lo han comparado con el ahora conocido Oskar Schindler, inmortalizado en el cine por Steven Spielberg. Muchos chilenos, sin embargo, se quedaron con la caricatura deforme pintada en esos días de fines de 1973, en que el país estaba dividido profundamente entre amigos y enemigos.

Ni siquiera algunos reconocimientos que se han hecho después de su muerte, en abril de 1989, han cambiado las cosas. Igual que para los santiaguinos que sufrieron la incomodidad del comienzo de la filmación del filme acerca de su vida en Chile, Edelstam es hoy un desconocido. No ocurre lo mismo en todas partes. No entre los exiliados. No en otros países: en Montevideo, por ejemplo, se acaba de designar una rambla con su nombre.

En Chile, es bueno hacerlo notar, desde el 2003 existe una cátedra Unesco con su nombre y dedicada a la Educación en Derechos Humanos, en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. También se le recuerda –adecuadamente- en la Academia Diplomática. Esperemos que el día en que se estrene “El clavel negro”, muchos estén de acuerdo con su director de que trata acerca de “un hombre que hizo cosas muy valientes, que tal vez ninguno de nosotros haría”.

Enero de 2006

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