Le decían “Campanita”

Uno de mis personajes favoritos es el zorro, que oficia de filósofo de cuatro patas en la obra clásica de Saint Exupery. A él le debemos una observación fundamental: “Nada es perfecto”. Lo dice después de enterarse que en en el planeta del Principito no hay cazadores... pero tampoco hay gallinas.

Ninguna transición es perfecta. Nos consta a nosotros, aquí en Chile, y sabemos de parecidos problemas desde Indonesia a nuestra vecina Argentina. Pero hay procesos con mejor o peor suerte. Y esta semana, al cumplirse 25 años desde la muerte de Francisco Franco, también se recordó que entonces empezó una transición que a estas alturas es casi perfecta. El problema no resuelto es, desde luego, el terrorismo de la ETA. Pero con toda su horrenda carga, es evidente que en España hay democracia y está consolidada.

El responsable de que esto haya ocurrido es el Rey Juan Carlos y así se reconoció unánimemente el miércoles pasado. Hace un cuarto de siglo, Juan Carlos de Borbón era una incógnita con “I” mayúscula. Franco lo había escogido, por encima del heredero natural del trono, Don Juan, su padre, y también sin hacer caso de las pretensiones de los carlistas. Franco impuso también la educación que debía seguir y el ambiente en que había de vivir. Como no mostrara síntomas visibles de rebeldía, algunos comentaristas ácidos lo bautizaron “El Príncipe Campanita” (“Tan ton tin”).

En 1969, tras no pocas dudas, las Cortes oficializaron su designación como heredero de la Corona, lo que implicaba jurar fidelidad al Caudillo y al Movimiento Nacional. Santiago Carrillo, el viejo dirigente comunista, predijo que pasaría a la historia como ”Juan Carlos el Breve”.

Cuando pasó lo que tenía que pasar.- la desaparición de escena de Franco- el 22 de noviembre de 1975, dos días después, Juan Carlos subió al trono y se inició el pedregoso camino de España hacia la plenitud democrática.

La prueba suprema ocurrió el 23 de febrero de 1981 cuando el coronel Antonio Tejero, pistola en mano, irrumpió en las Cortes y trató de cambiar el rumbo de la historia. En la vigorosa reacción que siguió, el Rey se puso a la cabeza. En un discurso por radio y TV sostuvo que “la corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir el proceso democrático”.

Tejero y el 23-F terminaron convertidos en un mal recuerdo.

En las casi dos décadas siguientes en España han ocurrido muchas cosas, la más importante de las cuales es la consolidación del proceso democrático. Se dice que la imagen del Rey ha sido protegida por la prensa, que no da curso a sus aventuras extramatrimoniales. Y es evidente que en el tenso ambiente creado por la ETA, su vida no es fácil. Hace poco más de dos años, en mayo de 1998 se reveló que hubo un intento fallido de asesinarlo durante una visita al país vasco. “Esto confirma su intención (de la ETA) de hacer el mayor daño posible a la convivencia en la democracia española” dijo entonces el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja.

No cabe duda que habría sido una tragedia. Como han sido todos los crímenes del terrorismo vasco. Pero felizmente no ocurrió y la democracia española siguió adelante, igual que “Juanito” y “Sofi”, como dicen que es el trato que se dan el Rey y la Reina en la intimidad.