Momento de espera frente a Irak

La tensión provocada por los preparativos bélicos norteamericanos contra Irak confirma una nueva verdad de perogrullo: no basta con conectarse a Internet para comprender las complejidades de la globalización.

La convergencia tecnológica y las redes de comunicación interconectadas no facilitan necesariamente la comprensión de los problemas. Desde comienzos del siglo pasado ya se sabía que mucha información no siempre sirve para estar mejor informado. Esa comprobación fue el gran aporte de los fundadores de la revista Time, en 1923.

En este caso, el trasfondo de la decisión del gobierno de George W. Bush de atacar a Irak ha ido surgiendo de a poco. Al comienzo, como parte de la reacción ante los atentados de septiembre del año pasado, el régimen norteamericano apuntó contra el "eje del mal", desde Cuba a Irak. El primer blanco era, en ese momento, Osama bin Laden y el régimen Talibán que lo había acogido. Más tarde, pese a que nunca se confirmó la muerte de bin Laden, la mira se centró en Bagdad, la capital iraquí.

Motivos sobran. Desde que obligó a los inspectores de la ONU a abandonar su territorio, hace tres años y medio, Saddam Hussein se convirtió en sospechoso. Su historial no lo ayuda. En la guerra contra Irán utilizó armas químicas y estuvo a punto de activar el cañón de más largo alcance de la historia, destruido por el sabotaje israelí.

Esto explica que, a pesar de todas las reticencias, el gobierno norteamericano pudiera encontrar aliados. Pero, en los últimos días, cuando el canciller de Irak anunció la disposición de su gobierno a readmitir "sin condiciones" a los inspectores de la ONU, el formidable eco a favor se transformó en un discreto acompañamiento musical. La Casa Blanca, sin embargo, se ha mantenido en su postura, desestimando el anuncio de Bagdad como una triquiñuela destinada solo a "ganar tiempo".

Pero el análisis no es tan simple. Ahora ha emergido con toda claridad lo que parece ser el factor más complicado de esta ecuación: el petróleo. Lo dicen los propios comentaristas norteamericanos, incluyendo The Wall Street Journal. Irak tiene enormes reservas de petróleo, parte de las cuales ya ha negociado con Rusia. Una guerra que saque del poder a Hussein y que instale en su lugar un gobierno con el visto bueno de la ONU, podría significar cambios profundos en el negocio de los combustibles a nivel mundial.

Rusia podría entrar en el negocio mundial del petróleo como nunca antes y se terminaría una situación de privilegio de Arabia Saudita. Evidentemente, no se trata sólo de consecuencias económicas. Este es un problema de vastas proporciones, que afectaría la política interna de Arabia y también buena parte del planeta desde el punto de vista religioso, ya que La Meca es el lugar obligado de peregrinaje musulmán.

Todo esto significa que apoyar o no al gobierno de Estados Unidos en esta coyuntura no es una decisión fácil. Y no se puede tomar sobre la base de los sentimientos de rechazo del terrorismo o de solidaridad ante un pueblo -el iraquí- que sufre una férrea dictadura, pero cuya opinión, hasta aquí, apenas se conoce.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 21 de septiembre de 2002

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