Descuidos sin justificación

A partir de la dramática situación producida por la confusión de identidades de los cadáveres encontrados en el patio 29 del Cementerio General, el filósofo Pablo Salvat ha hablado de la necesidad de “una ética del cuidado”.

En esta exasperante confusión se ha hecho evidente una cadena de errores, aparte de los horrorosos delitos que marcan el inicio de la secuencia. Pero ello, si entiendo bien el análisis de Pablo Salvat, quien pertenece al centro de ética de la U. Alberto Hurtado, el mal comienzo no justifica el peor final. Trabajar bajo presión, hacerlo con pocos medios, en condiciones difíciles, es precisamente el tipo de situaciones que obliga al mayor cuidado, al máximo esfuerzo por hacerlo bien. Eso ocurre en todos los ámbitos: los pilotos de naves y aeronaves, los médicos en el quirófano, los carabineros en una manifestación violenta.... y también los periodistas, eternamente atrapados entre “la hora de cierre” y las fuentes que no quieren hablar y el público que quiere y necesita saber.

Esta “ética del cuidado” parece un imperativo que deberíamos tener siempre presente.

Desde hace algunos años, por una circunstancia (¿será posible calificarla de afortunada?), integro los dos organismos de autorregulación ética del periodismo chileno: el Tribunal del Colegio de Periodistas y el Consejo de la Federación de Medios. Contra lo que se pudiera pensar cuando se escucha las quejas reiteradasen los propios medios y las conversaciones familiares, no hay mucho que hacer. Las denuncias son pocas y se resuelven, generalmente, con facilidad.

A la hora de encontrar ejemplos en la universidad, hay que bucear en el pasado o ir a situaciones emblemáticas de otros pases, como el ya legendario Caso Watergate, o –más recientemente- el del periodista de The New York Times que fabricaba sus reportajes y entrevistas “sin moverse de su escritorio”, como decía la publicidad de un banco.

La explicación es simple:

El público –lector, auditor, televidente- casi no sabe que existen estos mecanismos que le permitirían reclamar contra la conducta de un periodista determinado (Tribunal del Colegio) o un diario, radio o canal de TV (Consejo de la Federación).

Debido a ese desconocimiento, muchas veces la primera y más airada reacción de alguien que se siente herido por la acción de un periodista o por un reportaje, es tomar la ofensiva. En los últimos días, las víctimas de una salto en el barrio alto de Santiago repelieron agresivamente a los reporteros que inquirían detalles de su odisea. La sede de Chilevisión ha sido visitada en sendos días de furia por los opinólogos Julio César Rodríguez y Eduardo Bonvallet. Rutinariamente, parientes y amigos de quienes son llevados a los tribunales las emprenden a insultos, golpes y carterazos contra fotógrafos y camarógrafos.

Cuando se les pasa el enojo, quienes tienen un justo reclamo, amenazan con una demanda judicial, que casi nunca concretan. Pero hay quienes, porque sienten colmada su paciencia, que perseveran y van a los tribunales.

Pero ¿qué les molesta? A unos, algo que es inevitable en nuestro tiempo: la gran visibilidad, como le ocurrió a Patricia Villablanca, quien tomó, según dijo después, una mesita del Banco Santander para proteger a su hijo durante los desórdenes del Primero de Mayo en Santiago. Pero, a veces las cámaras invaden terrenos íntimos y personales.

Menos grave en apariencia, pero muy ingrato para quienes los sufren, son los errores por descuido: nombres mal escritos, historias mal reporteadas y peor hilvanadas, presentaciones desprolijas. No justifican una querella, pero sí valdrían su presentación a un consejo de ética.

¿Acusación? Justamente el infringir esta “ética del cuidado”.

Por esta vía tal vez logremos mejorar la calidad de nuestro periodismo. Y, en otros ámbitos, evitar dolores y bochornos como los del Patio 29.

Santiago, 5 de mayo de 2006

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