Los fantasmas del 2001

En su calidad de asesor presidencial de seguridad, Richard A. Clarke estaba ahí, en la Casa Blanca, viendo con sorpresa –según su propio testimonio- como el Presidente George W. Bush se empeñaba en buscar los responsables de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Irak. Insistió una y otra vez, conforme la versión que entrega en su libro “Against all enemies” (Contra todos los enemigos): “Busquen si lo hizo Saddam. Si está relacionado de alguna manera...” Clarke, a su vez, habría vuelto a asegurar que la responsabilidad era de Al Qaeda, a lo cual Bush habría reiterado: “Lo sé, lo sé, pero... busquen si Saddam está involucrado...

Esta obsesión puede costar caro.

Cabría esperar que, después de dos años y medio de los atentados terroristas en Nueva York y Washington, las autoridades norteamericanas hubieran aclarado completamente lo ocurrido, asumido las responsabilidades que correspondiera y –sobre todo- tomado medidas efectivas para evitar la repetición de hechos tan dramáticos.

A juzgar por lo visto en los últimos días, es poco lo que se ha adelantado. El gobierno del Presidente George W. Bush, que puso a su país en pie de guerra contra Afganistán primero y luego contra Irak, no ha logrado superar la emergencia. Peor aun: ha sufrido duros golpes a su credibilidad.

En la Comisión que investiga lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001 se acumulan testimonios demoledores: Bush no habría prestado la debida atención a los informes sobre las actividades de Al-Qaeda antes de los atentados y desde el principio de su gobierno, su obsesión fue Saddam Hussein.

Aunque los dardos se centran en el actual gobierno, también a su antecesor, Bill Clinton, se le atribuyen responsabilidades en el mal manejo de esta amenaza. En 1995 Clinton firmó una redefinición de la política norteamericana que estableció que el terrorismo constituye “una amenaza potencial a la seguridad nacional y (es) un acto criminal”, por lo cual Estados Unidos se comprometió a “aplicar todas las medidas adecuadas para combatirlo”. A pesar de esta tajante formulación, no se avanzó mucho.

¿La realidad? Hasta la mañana fatal de septiembre de 2001, en que fueron secuestrados cuatro aviones en vuelo en Estados Unidos, dos de los cuales se estrellaron contra las torres gemelas, uno contra el Pentágono y otro cayó a tierra, la amenaza terrorista representada por bin Laden no fue tomada en serio..

El último balde de combustible lo lanzó a la hoguera el ex asesor Richard A. Clarke, quien hizo devastadoras declaraciones ante la comisión, reiterando lo mismo que ya planteó en su libro, ya convertido en best-seller. Clarke se declara republicano militante y llegó al cargo en tiempos de Reagan, manteniéndose con Bush padre, con Clinton y con Bush hijo. Renunció hace poco más de un año.

El gobierno actual sostiene que habla por puro resentimiento. Como fuere, ha aportado la artillería más pesada: la obsesión con Hussein, acentuada a partir del 11 de septiembre (¿un anticipo de lo que haría más tarde José María Aznar al insistir en culpar a la ETA?) y, muy especialmente, el descuido en cuanto a la real amenaza de Al Qaeda.

En el caso norteamericano los plazos no son tan apretados como en España, pero es fácil establecer un paralelo entre las reacciones de Bush y Aznar después de los atentados. ¿Será un anuncio de lo que ocurrirá en las urnas?

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Marzo de 2004

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