La farándula: más peligrosa que el Transantiago

Según Las Ultimas Noticias, ocurrió “en vivo y en directo”: un notero llegó, micrófono en mano y cámara a punto, hasta la entrada del Metro en la plaza de Puente Alto. Se acercó a los usuarios y preguntó: “¿Cuál es la situación que están viviendo?”. Recibió como respuesta otra contundente pregunta: “Si la estai viendo, pa’ qué preguntai…?

En otros tiempos, estas obviedades las formulaban reporteros de poca experiencia en ocasiones muy señaladas. Por ejemplo, cuando tenían que ir al Aeropuerto de Los Cerrillos, en Santiago, para recibir, al pie de la escalerilla, a personalidades que nos visitaban. Inmortalizaron dos variantes tan absurdas como pueriles: ¿Qué opina del vino chileno? (antes que la globalización lo hiciera mundialmente conocido), o ¿Qué nos dice de la belleza de la mujer chilena? (cuando Cecilia Bolocco todavía no soñaba con ceñirse la corona de Miss).

Se suponía -y esto siempre lo digo con tristeza, porque he estado en alguna escuela de periodismo desde hace más de 40 años- que la formación universitaria permitiría superar estos problemas. No ha sido así. Al contrario, parece que retrocedemos.

El 26 de marzo, hace apenas unos días, este mismo estilo farandulero sorprendió y molestó al actor Viggo Mortensen, quien vino a Chile a promocionar la película “Alatriste”, del escritor y periodista español Arturo Pérez Reverte. “Ustedes están locos”, les espetó a quienes pretendían que opinara sobre el Transantiago, liderados por un representante de CQC. Cuando otro, esta vez de Alfombra Roja, le pidió que le resumiera la película, optó por recomendarle que fuera a verla. Acto seguido se negó a seguir hablando.

El panorama parece claro para quien se instale, aunque sea brevemente, frente a un televisor, a cualquier hora del día. Pero pocas veces se ha hecho un análisis tan duro como el que hizo hace un par de semanas el periodista Fernando Paulsen cuando explicó -obviamente en tono excesivamente autorreferencial- las razones por las cuales se va de Chile a seguir un postgrado en Harvard.

Además del aspecto personal, Paulsen basó su análisis en dos planos periodísticos: el chileno y el mundial. Ninguno lo deja conforme. En el mundo, escribió, “los periodistas estamos enfrentados a competidores que no podemos vencer: cientos de millones de personas, aumentando en número cada día… Están bypaseando la intermediación clásica del periodista entre realidad y público, para ser reporteros de su propia historia”.

En Chile, añadió, no lo hacemos mejor porque nos miramos al ombligo “como si no hubiera nada más importante en el planeta. Nuestras cuitas, vivencias y estupideces se consideran imbatibles. Damos cuenta de ellas con sentido epopéyico…”.

En buenas cuentas, lo que plantea Paulsen es que los periodistas chilenos debemos salir del fondo de un abismo en el cual “hemos aprendido a juzgar antes de formarnos opinión a través de buena información”. Es necesario que renovemos nuestras herramientas porque “no tenemos lenguaje ni códigos para hacer visibles e interpretar… procesos en gestación”.

¿Sería eso lo que esperaba Viggo Mortensen? ¿O el enojado pasajero del Transantiago abordado en Puente Alto?

Probablemente sí.

Publicado en los diarios El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en marzo/arbil de 2007

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