La gran tarea de Fox

7 de julio de 2000

Hace tres meses, aquí en Chile, Vicente Fox Quesada tuvo palabras de elogio para el Presidente Ricardo Lagos y el proceso democrático chileno. Se felicitó entonces por estar en la transmisión del mando, que calificó como una “fiesta de la democracia”. También acusó a su principal adversario, el candidato oficialista Francisco Labastida, de haber organizado un rápido viaje a Chile como respuesta al suyo: “Cuando se entera de que venimos para acá, cambia toda su programación allá en México, deja plantados a todos los empresarios de la Corpamex, suspende todos los eventos que tiene y se viene a la carrera”.

Pero, sobre todo, Fox repitió en nuestro país lo mismo que había dicho antes y diría después en el suyo: su convencimiento de que México está listo para el cambio profundo que significa el fin del reinado del PRI, “que lleva 70 años controlando el poder, pero además haciéndolo tan mal... porque yo entendería que este partido durara tanto tiempo porque ha entregado grandes resultados al pueblo de México, pero ha sido tan pobre, tan triste, tan deplorable lo que ha sucedido... que es inexplicable que se mantenga en el poder... Es evidente que ya somos mayoría, una mayoría amplia del 60 por ciento o más de los ciudadanos que ya no estamos con el proyecto del PRI....”.

Su cálculo no fue muy exacto. Las últimas cifras dicen que de 30 millones de votantes, el 43,5 por ciento lo favoreció, mientras que por Labastida lo hizo el 35,45 por ciento. Hay que recordar que hubo un tercer candidato en esta discordia, Cuauhtémoc Cárdenas, quien nunca tuvo posibilidades reales de triunfar, pero logró un respaldo importante de casi el 17 por ciento. Fue por ello, que tanto en Chile, en marzo, como en México esta semana, reiteró su convencimiento de la necesidad de profundas reformas en su país, incluyendo la posibilidad de segunda vuelta

Nada, sin embargo, se compara con el desafío de la corrupción.

En un país donde del “dedazo” para designar al candidato del PRI, la “mordida” (coima) generalizada y los generosos sueldos pagados a los periodistas por las empresas públicas se habían institucionalizado, Fox sabe que las esperanzas que ha despertado su triunfo se pueden frustrar muy fácilmente. Necesita introducir cuñas profundas en esa verdadera cultura del fraude y la corrupción.

Tiene una gran ventaja: no es a él a quien le corresponde iniciar el cambio. De hecho, su triunfo fue posible precisamente porque el actual Presidente, Ernesto Zedillo, ya dio un profundo golpe de timón. Y la globalización, de la cual México no ha podido sustraerse, sobre todo por su vecindad con Estados Unidos, impone normas transparentes de conducta.

Según un informe de The New York Times, Fox está decidido a no perder tiempo. En sus primeras palabras después de la elección, dijo a “los criminales, los que cometen violencia y viven al margen de la ley”, que les hacía una última advertencia, porque el país demostró que “no quiere más violencia, narcotráfico ni crimen organizado”.

Por una brutal paradoja, los cambios que permitieron su acceso al poder empezaron, precisamente, por un crimen: el asesinato del candidato Donaldo Colosio, según se dice por una intriga dentro del PRI. En su reemplazo fue elegido Ernesto Zedillo y este ha sido el verdadero héroe de esta historia, ya que hizo posible que el proceso electoral fuera uno de los más limpios de todo el continente. En un gesto inédito, se dio el gusto, además, de anunciar, en la noche del domingo, el nombre del triunfador.

Falta mucho todavía en México. Pero ya hay cambios aleccionadores.