Un militar muy diplomático

A comienzos de la década de los 60, el capitán Colin Powell fue destinado a Alemania federal, lugar donde se creía que iba a empezar la Tercera Guerra Mundial. Pero las bombas estallaron mucho más cerca de su familia, que se quedó en Alabama, donde las víctimas, normalmente, eran negros, muchas veces niños. Los autores casi nunca fueron encontrados o juzgados.

Desde entonces, para el actual Secretario de Estado de Estados Unidos, la justicia y la protección de los más débiles ha sido un tema recurrente.

Junto a Colin PowellMe gustaría decir, como hacía Tito Mundt: “Yo lo conocí”. Pero la verdad es que en una conversación breve es imposible asomarse en profundidad al carácter de un personaje. Hay., apenas, algunos atisbos. Fue lo que me ocurrió hace años, cuando Powell estuvo de visita aquí en Chile. En un paréntesis en una recepción diplomática, este general de cuatro estrellas que, por su rango era además juez militar, se interesó por lo que nos había sucedido a Alejandro Guillier, a Genaro Arriagada y a mí, cuando fuimos procesados en tribunales militares por “sedición impropia”, un delito muy raro para un civil.

Creo que ese interés era el reflejo de su visión, resultado de una vida nada fácil. Pero siento que hay más. Tengo la impresión que desde que asumió el cargo de ministro de Relaciones Exteriores de George W. Bush, el verdadero Powell había estado escondido. Reapareció dramáticamente cuando una bien intencionada colaboradora trató de ayudarlo sin su consentimiento.

Ocurrió durante la transmisión en vivo del programa dominical “Meet the Press”. El anfitrión, Tim Russert, le preguntó a Powell -quien estaba en visita en Jordania- acerca de su credibilidad luego de su discurso ante el Consejo de Seguridad, el año pasado. En ese momento la cámara giró violentamente hacia un grupo de palmeras, se produjo una confusión que sólo terminó cuando el Secretario de Estado, exasperado, le pidió a Emily Miller, su asesora de prensa, que se “hiciera a un lado” y lo dejara seguir. Luego, continuando el diálogo, reconoció que entonces había hablado sobre la base de “la mejor información que la CIA puso a mi disposición... Desgraciadamente, con el tiempo se ha demostrado que esa información, acerca de las armas de destrucción masiva, era equivocada”.

Parece claro que la violencia y las torturas infligidas por soldados norteamericanos a prisioneros iraquíes lo sacaron de quicio, extendiendo su indignación al momento en que, equivocadamente, defendió en la ONU la existencia de armas prohibidas en el país de Saddam Hussein.

Y si antes calló frente al entusiasmo del Presidente Bush por atacar a Irak, ahora se muestra convencido de que es preferible hablar. Esto incluye, desde luego, el reconocimiento de su participación en la tarea de justificar la invasión a Irak.

Es posible que las cosas hubieran sido diferentes si Powell, en vez de asumir en el Departamento de Estado, hubiera seguido en lo suyo: el Ministerio de Defensa. Tal vez no habría habido excesos en Irak.

Tal vez no habría habido guerra.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en mayo de 2004

Volver al Índice