Sin invitados incómodos en La Habana

Cuba fue la última posesión española en el continente americano. La perdió tras la guerra con Estados Unidos en 1898. Pero España ha tenido siempre a la isla en el corazón. Francisco Franco, pese a su militante anticomunismo, mantuvo excelentes relaciones con Fidel Castro. Y este año, sorprendentemente en la misma línea, el gobierno socialista le tendió un salvavidas al régimen cubano, imponiendo el criterio de que se dejara de invitar a los anti-castristas a las fiestas nacionales en las embajadas de la Unión Europea en La Habana.

El gesto, que podría parecer banal para quienes se enteran de estos encuentros en los salones diplomáticos por las páginas de vida social, tiene proyecciones significativas como se pudo apreciar en nuestro país durante el régimen militar. Mientras más dura era la represión, en especial en materia de libertad de prensa, más útiles e importantes eran los encuentros en las embajadas, no sólo con los representantes extranjeros, sino entre los propios chilenos que teníamos pocas oportunidades de dialogar distendidamente.

Ahora, como era de esperar, la colonia cubana en el exilio protestó de inmediato. Un comentarista en El Nuevo Herald de Miami acusó a los europeos de “darle la espalda las víctimas de Castro”. Pero también reaccionaron otras organizaciones más objetivas, como Reporteros sin Fronteras, que el año pasado calificó a Cuba como “la mayor cárcel de periodistas del mundo, después de China”.

La historia comenzó en 2003, cuando el gobierno de La Habana lanzó una ofensiva contra la disidencia, encarcelando a decenas de opositores, principalmente periodistas. En junio de ese año, los estados europeos denunciaron “las malas condiciones de detención” de los presos políticos. Para reforzar sus dichos, acordaron reducir la cooperación con las autoridades locales, limitar las visitas oficiales e invitar a los disidentes cubanos a las ceremonias organizadas con motivos de sus fiestas nacionales.

Estas medidas, aseguró Reporteros sin Fronteras, “en particular las invitaciones a las ceremonias nacionales, permiten a los disidentes salirse de la confrontación Cuba/Estados Unidos en que intenta encerrarles el poder del Presidente Castro”. También argumentaban en favor de su mantención porque “en el marco del diálogo político, La Habana nunca ha hecho concesiones en materia de respeto de los derechos humanos y de pluralismo político...

Lo más grave, con todo, es que el fundamento esgrimido para esta revisión de la medida es el aparente ablandamiento del régimen, ilustrado por la liberación de algunos conocidos periodistas disidentes, como Raúl Rivero. Pero, como se ha hecho notar, ellos tienen prohibición de publicar en Cuba y se les presiona para que se exilien. Decenas de disidentes siguen detenidos en malas condiciones, lo que se hizo evidente en el caso de Normando Hernández González, quien debió ser trasladado de urgencia a un hospital cuando se le diagnosticó tuberculosis.

Pese a las protestas, la Unión Europea no hizo caso y en Bruselas decidió a fines de enero suspender las medidas por seis meses. Esto significa no sólo que los disidentes no volverán a las fiestas nacionales en las embajadas en La Habana. Tampoco, como señaló Reporteros sin Fronteras, el gobierno cubano se sentirá presionado para adoptar medidas en favor de las libertades fundamentales de su pueblo o el fin del monopolio estatal de la información.

Publicado en el diario El Sur de Concepción en Febrero de 2005

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