Haití: el desarrollo imposible

Con notable mezcla de intuición y conocimiento, el economista Aníbal Pinto dictaminó que Chile, a lo largo de su historia había sido un caso “de desarrollo frustrado”. Ahora que nuestro país se afirma en un rumbo más auspicioso, cabría aplicar la analogía a la nación más pobre de nuestro continente: Haití, la primera en proclamar la república y que sin embargo aun no se libera del lastre de la pobreza y el subdesarrollo.

Con ocho millones de habitantes, la mayoría de los cuales está sin trabajo y debe mantenerse con el equivalente a un dólar al día, Haití ha vivido en las últimas semanas momentos desgarradores. Una guerra civil no declarada ha golpeado con violencia las principales ciudades, dejando un resultado de decenas de muertos. Debido a que el Ejército fue disuelto hace una década, los rebeldes –reforzados, según la acusación oficial, por ex soldados- han sido reprimidos por la policía y civiles adictos al gobierno. Versiones opositoras, recogidas por un corresponsal de Le Monde, acusan a las fuerzas gobiernistas de salvajes represalias, incluyendo asesinatos e incendios de tiendas y casas.

No debería ser así. Jean Bertrand Aristide, Presidente elegido por votación popular en 1990, derrocado por un golpe militar apenas diez meses después, reinstalado en el poder con la ayuda norteamericana y reelegido el 2000, representaba una gran esperanza. Tras los excesos de la era inaugurada hace casi medio siglo por “Papá Doc” Duvalier, la voz serena de Aristide prometía democracia y justicia social. Para lograrlo, sin embargo, era indispensable una estructura social que el propio Duvalier y su hijo Baby Doc destruyeron sistemáticamente. Y luego, tras su retorno luego de los diez fugaces meses iniciales de gobierno y cuatro años de exilio, Aristide, pese a las advertencias de que se exponía a un desastre, arremetió contra el Ejército. Tenía buenas razones: el general Raoul Cedras, designado por él mismo como comandante en Jefe, fue quien lo derrocó. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. Como escribió crudamente el analista chileno Alberto Sepúlveda en 1997, “el desmantelamiento de los mecanismos tradicionales de seguridad (trátese de los Tonton Macoutes, de la policía o del Ejército de Duvalier) y la debilidad de la nueva policía han provocado un auge de la delincuencia, agravado por la irrupción de los antiguos órganos de seguridad en las actividades delictuosas”.

En estos días, las ciudades de Haití están divididas entre quienes quieren que Aristide complete los cinco años para los cuales fue elegido el 2000 y quienes pretenden su salida inmediata.

No será fácil encontrar una solución. Fuera de Haití, nadie la busca y todos miran para otro lado. El gobierno de Estados Unidos, que ha intervenido tantas veces en el Caribe y que hace menos de diez años –con la colaboración de la ONU- puso a Aristide de nuevo en el poder, esta vez ha sido categórico: no tiene planes para intervenir. Tampoco la comunidad internacional parece preocupada, ni siquiera porque se han bloqueado préstamos que el país requiere con urgencia para que los haitianos no se mueran de hambre.

En realidad, más que frustrado, parece un caso de desarrollo imposible.

Febrero de 2004

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