Historias personales

Una fiesta, como el recién celebrado Día del Trabajo, es institucional por definición. En los países de los "socialismos reales" la tradición soviética se manifestaba en masivos desfiles, con despliegue de banderas rojas, que cruzaban toda la geografía del comunismo. También era (lo es todavía, pero en escala mucho menor) un momento de reflexión sobre la vida de los trabajadores, sus aspiraciones, logros y fracasos.

Lo que no siempre se percibe con la misma claridad es que también hay, en torno a esta celebración, muchas historias personales. Pequeñas, pero a veces igualmente significativas o conmovedoras.

Alejandro Magnet, por ejemplo, recuerda que no resistió la tentación, en los albores del régimen militar, de comparar públicamente lo que sucedía el Primero de Mayo en la España de Franco y en la Unión Soviética con la "Fiesta nacional de los trabajadores" recién instaurada en Chile. Su ironía significó el abrupto final de sus tradicionales comentarios en Canal 13.

El Primero de Mayo, en lo personal, me recuerda una húmeda y fría madrugada, como son generalmente por esta época las mañanas en Santiago, hace más de 40 años, cuando salió de imprenta la primera edición de "La Nueva Aurora". Era un periódico destinado a los pobladores, realizado por dirigentes obreros y poblacionales y estudiantes de periodismo cobijados bajo el generoso paraguas de la Iglesia Católica. Con poca plata, el quincenario se imprimía en un taller improvisado, donde los redactores tuvimos que reforzar en las prensas el turno de la noche.

Ya era de día cuando terminó nuestra tarea. "La Nueva Aurora", que había de sobrevivir a lo largo de todo el año 1961, salió finalmente a la calle.

Muchos años después, con más experiencia sobre los hombros, invitado en mi calidad de director del diario "La Nación" por los gobiernos de los países nórdicos, estuvimos con un colega de "El Mercurio" en otro inolvidable amanecer de Primero de Mayo. En Suecia se combinan dos acontecimientos: la celebración misma del Día del Trabajo, vieja tradición en un país que no ha echado al olvido sus raíces, y una costumbre mucho más antigua: el fin del largo y oscuro invierno escandinavo.

En la embajada chilena en Estocolmo estaba entonces José Goñi, actualmente embajador en Roma. En su calidad de agregado comercial se esmeró en atender a los visitantes chilenos y nos entregó abundante material informativo. Esa noche nos llevó por un alucinante recorrido por diversos parques y plazas donde los suecos esperaban con fogatas la llegada del nuevo día, heraldo del buen tiempo, siempre breve y esquivo en esas latitudes.

A la mañana siguiente, la fiesta fue distinta. Cientos de trabajadores salieron a la calle a recordar el Primero de Mayo con desfiles y discursos. Muchos otros, por supuesto, se habían ido fuera a disfrutar del feriado. Pero los que se quedaron en Estocolmo, querían, sobre todo, expresar su solidaridad con los trabajadores del resto del mundo y su esperanza de que los nuevos tiempos -estábamos en los comienzos de la década de los 90- serían mejores en Europa del Este y en todo el mundo, incluyendo a Chile.

Ya sabemos que no todo ha sido tan bueno como hubiéramos querido. Pero -aquí y allá- ha habido progresos. Conviene no olvidarlo.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 3 de mayo de 2003

Volver al Índice