Recado de Odette Magnet al general Cheyre

Columnista invitada: Odette Magnet
Periodista, Washington, D.C.

...“Hay cruces que uno quisiera que nunca le pasaran, pero la cruz hay que llevarla, y no eludirla”, dice Cheyre con los ojos cada vez más hundidos y el corazón también. Y me dan ganas de coger el teléfono y llamarlo y decirle, “general, sé que anduvo hace poco por Washington y que lástima que no nos vimos pero lo llamo porque quiero que sepa que yo de cruces también sé, como mi familia entera. También de nieves que se hicieron ríos y nosotros seguimos esperando. No tenemos formación militar, pero de paciencia y dolor sabemos más que usted y los suyos. Y no es por hacerme la víctima, pero le aseguro que usted tendrá la espalda de soldado que yo nunca tuve ni tendré, pero la mía ha soportado más carga que la suya y aún no se quiebra ni se dobla aunque siempre me duele. Mi cruz, general, es más pesada que la suya. Y habría dado la vida por no tener que cargarla, igual que usted ahora, en los momentos más difíciles de su carrera. Pero le ruego que me crea cuando le digo que su dolor es mi dolor. Y si Antuco debe ser el puente para que, al menos por un rato, un día o quizás más, civiles y uniformados se puedan reconocer y compadecer unos con otros, abrazar en su desamparo, entonces que sea Antuco. Que el dolor de los presentes pueda honrar la memoria de los ausentes, los caídos, hoy y ayer. No creo en los héroes ni en los monumentos, desconfío de las condecoraciones y me aburren los discursos, sobre todo los de ustedes, plagados de lugares comunes y cursilerías. Me irritan sus desfiles militares, soberbios y tan de la guerra fría. Me incomoda el saludo a la bandera y la canción nacional en los llamados actos oficiales. No los entiendo, ni de a uno ni formados, y me violenta cuando gritan, juntan los tacones y hacen esos giros raros. Tienen la mirada dura y el lenguaje ídem.

Lo que no quita que su dolor es tanto suyo como mío, general. Y ya sabemos que esos soldados, sus familias y sus amigos no están solos en su tristeza profunda. Desde acá, en medio de mi bosque y mis ardillas, después de tanta ausencia y distancia, constato que el dolor no le pertenece a nadie. Alcanza para todos. Esos muchachos, los de Chile, no volverán vivos. Pero ruego a Dios que vuelvan, porque vivir con la incertidumbre es morir es cada día un poco. Confío en que regresarán al lado de sus familias, aunque sea la primavera quien los entregue en medio de campos floridos. Porque la peor cruz, la peor pesadilla, general, es tener el nombre, la memoria, la flor. Y no tener la tumba dónde hacer el duelo”.

Carta publicada en el diario Las Ultimas Noticias, el Miércoles 1 de Junio de 2005

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