Se agota una etapa, no la Concertación.

Columnista invitado: Víctor Maldonado

Cualquiera que se interese por la política, habrá llegado al convencimiento de que se aproximan importantes cambios. Se sabe que se ha llegado a uno de esos momentos decisivos porque no es posible mantener mucho tiempo el estado actual de incertidumbre y permanente tránsito entre episodios de conflictos y denuncias. Aún es menos posible volver a una situación anterior como si nada. Y, por supuesto, cuando no cabe ni el retroceso ni la parálisis, sólo es posible el avance hacia una nueva situación, cualquiera sea ésta.

Uno de los factores clave que impulsa esta transformación es un amplio descontento ciudadano con los partidos y sus coaliciones. Y me refiero a todos. Algunos datos nos pueden servir de ilustración. La Universidad Diego Portales dio a conocer su segunda encuesta nacional. Vale la pena mirarla con detención. Destaco un aspecto central. ¿Quiénes son los que desaprueben el desempeño de la Alianza? La mayoría ciudadana, incluidos los votantes de oposición. En un año, la aprobación de ese conglomerado bajó diez puntos (de 32,6% a 22,6%). Algo sorprendente en un sector que siempre se empina en las elecciones sobre 40% de los votos en elecciones nacionales.

¿Quiénes desaprueban el desempeño de la Concertación como coalición de Gobierno? No una mayoría, pero algo que se le aproxima como nunca. En doce meses -sin considerar los casos de corrupción detectados- la desaprobación al oficialismo pasó de 35,1% a 42%. En otras palabras, sumando el efecto de los últimos acontecimientos, es un hecho demostrable que el descontento con la Concertación está incluyendo hoy a parte de sus adherentes.

Se trata de un movimiento general a la pérdida de adhesión a conglomerados. Algo que no parece alarmar a varios y que hace rato ha alcanzado niveles peligrosos. Muchos siguen jugando al desprestigio cruzado, como si los efectos acumulados no existieran y ellos fueran inmunes a los derrumbes colectivos. A mayor abundamiento, hay que agregar que, este año, el número de quienes declaran que ningún partido representa mejor sus intereses, creencias y valores, pasó a ser mayoría (53,2%).

En la encuesta (como en otras), los partidos son las instituciones que menos confianza despiertan. Al Congreso no le va mucho mejor. Es el sistema completo el que se está debilitando, sin que ningún actor se esté moviendo en la dirección correcta. Nadie se fortalece y ésta debiera ser una señal inequívoca que mandan los ciudadanos al conjunto de los actores políticos. Sería insensato no hacerles caso.

Por eso parece tan miope la actitud de los que se alegran de las dificultades, errores o peleas que se presentan en la coalición contraria. De la desgracia ajena no se deriva ninguna buena noticia propia. Sin méritos propios no hay avances en política. El peor escenario para la Concertación es combinar diagnósticos fuertes y planes de acción débiles. Es como si se hubiera abierto un concurso público para saber quién puede ser más lapidario en identificar consecuencias nefastas de seguir las cosas tal cual se observan. El que dijo menos, declaró la crisis, y el que dijo más le puso fecha de defunción al conglomerado de Gobierno. Tal como se oye. Con tono de comentario. Por si fuera necesario algo más, hay que consignar que entre los que hablaron se encuentran quienes debieran cuidar con más esmero un patrimonio común que ayudaron a forjar. Es bien sabido que en política se puede hacer tema de conversación prácticamente todo. La exposición de dramas puede contar por anticipado con una buena cobertura, así se corre el riesgo de adoptar una conducta frívola antes que franca. A simple vista, el grado de franqueza con que se asume la gravedad de la situación parece un buen comienzo, pero es un callejón sin salida.

Siempre hay que precaverse de los dirigentes que evalúan el momento como de riesgo mortal para la sobrevivencia de la Concertación, tal como si estuvieran delineando un diagnóstico objetivo hecho por alguien que, por un motivo desconocido, puede mirarlo todo desde la galería. Lo que más importa aquí no es la mayor o menor veracidad de lo que se dice, sino la posición de la que se habla. Los diagnósticos no se hacen para convencerse antes de por qué un suceso se ha hecho inevitable. Al contrario, se evalúa una situación para intervenir sobre ella y orientarla en la dirección deseada.

Mientras más importante es lo que se diagnostica, más importante resulta establecer el curso en que un político se compromete. Por lo regular, a uno de ellos no se le pregunta lo que ve (muchos otros, académicos, analistas o investigadores tienen ventajas comparativas), sino qué es lo que va a hacer. Los políticos son personajes de acción comprometida. Nos dicen por qué se van a jugar personal y colectivamente. No son personajes de continuidad que nos informan por televisión el estado del tiempo político y que no pretenden alterar la temperatura o el clima de nuestra convivencia.

Pero hay otro aspecto a tomar en cuenta. No nos podemos quedar sólo en los problemas detectados. Ayer la Presidenta Michelle Bachelet entregó una propuesta que tendrá amplias repercusiones. Se trata de una agenda en materia de transparencia, modernización del Estado y calidad de la política. El tiempo en que se implementará sería breve. Sólo en cuanto a “calidad de la política” se impactará en la relación entre política y dinero, considerando sanciones, fiscalizaciones y donaciones. Los candidatos tendrán responsabilidades patrimoniales y políticas; las sanciones serán duras; se tendrá una fiscalización severa.

La ciudadanía tendrá a su alcance más y mejor información. Lo que se ha dado en llamar la “captura del Estado”, el uso de la administración pública con fines político-electorales, será muy difícil y altamente penalizada. Sea que se aprueben estas medidas u otras semejantes, el tiempo de quienes hoy se caricaturizan como “operadores” habrá llegado a su ocaso.

Los partidos y las coaliciones tendrán que adaptarse y mejorar o serán reemplazados. Hay piso social para que eso suceda. Los partidos pasarán de ser puestos a prueba por los problemas, a ser puestos a prueba por las soluciones a éstos. Lo que se está agotando es una etapa de nuestra vida política, no la Concertación. Los líderes debieran sentirse como ejerciendo sus puestos “en condicional”. Tendrán que revalidarse y adaptarse a los cambios. Será duro y difícil; a muchos las transformaciones les pasarán por encima sin que lleguen a saber mucho qué pasó. Emergerán figuras nuevas como corresponde a tiempos nuevos. ¡Y después dicen que en los gobiernos cortos no pasa nada!

Sus primeros análisis los escribió en la revista Hoy, a fines de los años 80
Desde los '90s ha colaborado regularmente en La Nación.
Publicado en La Nación. Viernes 24 de noviembre de 2006

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