El Chile que muestra la TV.

Columnista invitado: Sergio Muñoz Riveros

El jueves 31 de mayo, el noticiario central de TVN, “24 horas”, convirtió dos noticias positivas para el país en algo borroso y dudoso, al punto de dejar la sensación de que, en realidad, no eran buenas. Se trataba de la difusión del ranking de la revista “The Economist” que ubicó a Chile como el país más pacífico de América Latina, lo que implica ocupar el decimosexto lugar entre 121 países en un ámbito en el que se consideran factores como estabilidad, índices de violencia, respeto de los derechos humanos, transparencia, bienestar social, etc.

La otra noticia era la confirmación de que Santiago se ha convertido en un polo de atracción de nuevos negocios, lo que se demuestra por el hecho de que varias compañías transnacionales han instalado aquí su centro de operaciones para la región. Pero “24 horas” consiguió neutralizar el efecto positivo por la vía de mostrar imágenes de algunas de nuestras dificultades, con lo que quedó pesando que la evaluación exterior no era tan cierta.

Sería útil que el jefe de prensa de TVN revisara el formato y el libreto del jueves 31. Allí se resume un estilo periodístico muy cuestionable, en el que la forma de presentar la noticia termina por teñirla. Lo cierto es que, en el contexto del último tiempo, dominado por la neblina del pesimismo, las opciones de “24 horas” han dejado mucho que desear.

Muchos reporteros han asimilado la noción de que una noticia buena no es propiamente una noticia. Influye sin duda el que los editores les piden material que consiga estremecer a los telespectadores. Para esto, son preferibles los robos con violencia, los choques en la carretera con saldo de muertos, los problemas energéticos, los niños tosiendo en los consultorios, y, ¡cómo no!, las repetidas imágenes de los buses y el Metro llenos acompañadas del libreto catastrofista sobre el Transantiago. El resultado de esa manera de informar es un país que provoca incertidumbre y temor.

Los noticiarios de la TV a menudo parecen orientados a neurotizar a la población mediante una descripción de la realidad nacional que deprime a cualquiera. ¿Están pasando cosas terribles en Chile? ¿Estamos al borde de una crisis inmanejable? Una cosa es evidente: la línea editorial de los noticiarios está dada en buena medida por la forma tremendista con que los reporteros suelen contar sus historias, el tono dramático que usan y los anuncios intimidantes que lanzan. Allí se mezclan el periodismo informativo y el de opinión en una síntesis frecuentemente burda.

El Transantiago ha sido un auténtico test sobre la responsabilidad informativa. Nadie niega que las dificultades han sido serias, pero la televisión ha tendido a exagerarlas, ya sea porque las imágenes de crisis “venden” o porque ello conviene a los sectores afines.

En Chile el desequilibrio político en materia informativa es simplemente obsceno. Si Mega es propiedad de la derecha integrista, Chilevisión de la derecha liberal y Canal 13 de la Pontificia Universidad Católica, cuyas autoridades se ubican en posiciones conservadoras, ¿qué espacio queda para el resto del país? Sólo TVN, que está obligada a respetar las disposiciones de su estatuto de canal público, lo que implica que allí también influyen las corrientes que marcan la pauta de las emisoras privadas. En otras palabras, la derecha está en todos los canales y, ciertamente, sabe usar su poder.

A los ejecutivos de TVN parece preocuparles sobremanera que alguien pueda decir que el canal es gobiernista, pero esto los lleva a veces a seguir las aguas de los canales abiertamente opositores. En buena hora que TVN no sea un canal de propaganda oficial, como lo fue en el pasado, pero necesita cuidar el equilibrio que los canales privados no se sienten obligados a mantener. Su departamento de prensa no puede sumarse a la línea de exacerbar los conflictos y mostrar una imagen crispada del país que termina siendo funcional a los objetivos de la oposición. Nadie le pide que no dé cuenta de los problemas, pero también debe tener una mirada nacional que apunte a servir a la comunidad.

Por desgracia, los periodistas no suelen ser receptivos a la crítica. Cuando se cuestionan sus procedimientos y falta de rigor, se apresuran a denunciar que la libertad de expresión está amenazada. Pero ellos no pueden estar al margen del escrutinio ciudadano. Deben responder por lo que muestran y dicen. Disponen de un inmenso poder y es deseable que tengan conciencia del daño que provocan el sensacionalismo, el morbo y la chapucería.

La libertad de expresión es una regla de oro de la democracia, ha dicho la Presidenta Bachelet. Hay que defender ese principio sin claudicaciones. Ello implica juzgar también la forma en que los periodistas hacen su tarea.

Publicado en La Nación. Martes 5 de Junio de 2007

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