¿Dónde estás, papá?

Columnista invitado: Enrique Ramírez Capello
Periodista

Tenía casi cinco años. Jugaba con Mauricio y Esteban, sus hermanos menores. El viento susurraba miedos. Las ventanas de su casa de Los Tulipanes 02831 de Lo Sierra C estaban clausuradas. El miedo se arrastraba por el barrio en La Cisterna.

Chile se quebrantaba. El país ya no tenía matices: exclusivamente blanco y negro. El hogar era modesto. Sólo con esperanzas.

De pronto los ojos de María del Carmen Cisterna Zapata se desentornaron. La explosión de lágrimas desdibujó la escena de horror. Un grupo de invasores de uniforme arrebataba a su marido, Germán René Cofré Martínez.

El funcionario de la municipalidad local, ex dirigente, militante del Partido Socialista, fue detenido sin orden legal. Lo llevaron a la base aérea de El Bosque. Nunca más apareció

Hoy su hijo mayor -Marcelo- tiene 38 años y estudia periodismo. Quiere llorar. Llorar. Hace doce años a su familia le entregaron unos restos en un miniataúd. Él se estremeció: por fin salía de la incertidumbre, del misterio comprimido durante 20 años.

¡Sentí que era mi padre!”, me dice con devoción. “Y lloré por primera vez”.

Todo este tiempo y años lo visitó en el Memorial de los Detenidos Desaparecidos. Casi no tenía recuerdos de él; pero lo amaba porque su madre preservó su memoria. Valiente, ella; anhelantes, ellos.

Un dolor largo, sin transmisión. Hasta hace algunas semanas, cuando fueron citados a la sede Sola Sierra, donde funciona la Agrupación de Derechos Humanos.

Marcelo Cofré temblaba. Se estremecía al ver a ancianas con rostros mustios y pasos vacilantes en los peldaños interminables de la casa. “De repente, todo se convertiría en una lastimosa sinfonía de llantos y exclamaciones. Todos gritaban: ¿Por qué? ¿Por qué?”, confiesa.

Minutos tensos. Incertidumbre. ¿Hasta cuándo? En unos instantes se entregaría la nómina de los cuerpos mal identificados por el Servicio Médico Legal.

Lorena Pizarro –presidenta de la agrupación- alertó a las familias: no eran buenas noticias. Entre el escándalo y el drama, los familiares debatían. Se abrió una carpeta verde: “Era la sentencia del sufrimiento por el que teníamos que atravesar todos los que nos encontrábamos en esa tortuosa sala. Mi impotencia se hacía cada vez más dura”, recuerda Marcelo Cofré.

Comenzó a leerse la lista de los 47 cuerpos que no eran los que sus parientes creían. El tercer nombre: su padre. Marcelo reaccionó con fortaleza. Buscó a su madre –sumida en un llanto silencioso y solitario- y a su hermano. Quería gritar, llorar. No pudo. Sufría. Sufre. No paró de preguntar. Sólo recibía explicaciones técnicas. Traspaso de culpas al juez. Enfrentaron el asedio de cámaras y grabadoras.

Al día siguiente visitó en el cementerio al que durante doce años creyó su padre. Le agradeció que le diese esperanzas y resignación. ¿Quién es él? Entonces, volvió a llorar. Y a preguntar, como a los cinco años: “¿Dónde estás, papá?”.

Publicado en La Nación, martes 23 de mayo de 2006

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