Homero, siempre el primero

Columnista invitado: Enrique Ramírez Capello
Periodista

Escribo para EL SUR. Miro al norte.

Allí redescubro a Andrés Sabella, gran corsario de la Hermandad de la Costa. Conversador cálido en un café, en el altillo de su claustro antofagastino, en sus encuentros con periodistas, dibujantes y poetas.

Extenso como el desierto en su palabra.

Ardiente también en su corazón.

Trazado para el coloquio y la bondad.

Es tierra de humildes.

El mayor, Homero Bascuñán. Para el Registro Civil, simplemente Humberto Cortés.

Nació en Tamaya, en los cerros ásperos aledaños a Ovalle.

Pronto emigró a las salitreras.

Desde niño conoció el hambre y el trabajo duro. Con un combo desmesurado para su edad, partía el caliche. Aun a riesgo de su vida, encendía mechas de dinamitas. Cargaba sacos.

Fue a la escuela sólo un año. O menos.

Aprendió a leer en brazos de su madre.

Gastaba sus siempre escasas monedas o fichas de las minas en libros que vendían ambulantes que transitaban en crujientes carretas.

Una mañana se retiró y abandonó pizarra, almohadillas y tiza. ¿Razón? Con algo de picardía le preguntó a su profesor el plural de la palabra “crisis”.

El joven maestro respondió con énfasis: “¡Crisisis!”.

Pero titubeó.

Voy a consultar un diccionario que tengo en la casa”, argumentó.

Al parecer, no lo encontró. Porque a la mañana siguiente ratificó: “Sí, es crisisis. Pero no se usa porque la única crisis que ha habido es ésta, la del salitre”.

El pequeño Homero tomó su lápiz y sus apuntes y siguió otro rumbo.

Leyó toda su vida. Y murió a los 97 años.

Fue panadero, payaso, trapecista, obrero textil.

Y gran cuentista.

Escribió miles de artículos. Destacó como payador. Alentó a novelistas nuevos. Animó a otros.

Mereció el Premio Nacional de Periodismo.

Nunca se lo dieron.

Lo conocí en el diario en el que milité durante 33 años.

Un desgarbado visitante valdiviano entraba a su oficina y proclamaba: “Homero, siempre el primero”.

A veces mudaba su llamado: “Bascuñán, más bueno que el pan”.

Cuando me pagaron mi primer sueldo -¡en billetes!- Homero me interrogó: “¿Tus papás te piden que ayudes en la casa?”.

Enrique Ramírez y Virginia Capello no necesitaban mi auxilio.

Entonces, Bascuñán desgarró mi sobre y me dijo: “Gasta la mitad en la bohemia y la mitad en libros”.

Y me guió a lugares donde los grandes autores rusos competían con los franceses y los norteamericanos. Y me presentó a los consagrados de la Generación del 38 -sus amigos- y a los impulsivos del 50, con la arrogancia de Enrique Lafourcade.

De la consagración de la frase “La vida comienza a medianoche” se encargaron Fernando Díaz Palma y los legendarios cronistas de antaño. Il Bosco -en el centro de Santiago- fue nuestra sede nocherniega.

Sólo años después conocí su casa, casi hundida por ristras de libros, recortes, folletines.

Más de 40 mil volúmenes.

Es la minihistoria de un nortino que sólo fue unos meses a la escuela, tuvo una crisis y dio lecciones de vida.

Publicado en el diario El Sur de Concepción, Chile, domingo 22 de octubre de 2006

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