Todo empezó con el Itzumi

Situados es las esquinas opuestas del Pacífico, el océano más grande del planeta, chilenos y japoneses no tendrían muchas razones para relacionarse. Además, como explicó en la inauguración del Año Académico de la Universidad Diego Portales el ingeniero Roberto de Andraca, ambos pueblos miran al mundo y la vida a partir de filosofías diametralmente opuestas.

A pesar de ello, una afortunada serie de circunstancias ha hecho que Chile y Japón hayan enhebrado una amistad profunda que se inició hace más de un siglo, en 1897, con la firma de un tratado de Paz y Amistad, Comercio y Navegación. Por esos años, la Armada chilena le cedió a Japón el crucero “Esmeralda”, rebautizado como Itzumi y que mayo de 1905 tuvo un papel destacado en la batalla naval de Tsushima.

Esta significativa victoria naval sobre Rusia hizo que los lazos entre nuestras dos naciones se consolidaran para siempre.

Pero ningún pueblo puede vivir sólo de los recuerdos, por importantes que sean. Japón se ha convertido en una potencia económica mundial y para Chile en un vital socio comercial. El desafío, explicó De Andraca, es cómo ganar la confianza de este rico mercado.

Como toda nación isleña, con una cultura milenaria, los japoneses no son fáciles de conquistar. Tradicionalmente limpios en tiempos en que los europeos temían enfermarse si se bañaban muy seguido, sus primeros contactos con el resto del mundo fueron chocantes. Los primeros marinos y comerciantes que llegaron a Japón fueron para ellos la confirmación de sus peores temores: eran los amenazantes “bárbaros” que llegaban. Pese a los siglos transcurridos, hay algo ancestral que persiste. De Andraca dijo que su timidez los hace parecer arrogantes. Un sólo detalle: es evidente que una gran población (126 millones) confinada en un territorio montañoso que es la mitad de Chile continental, los obliga a ser extraordinariamente corteses y respetuosos de los demás. Otras características culturales -ejemplificadas en la ceremonia del té y en los arreglos florales- muestran un desarrollo propio, enraizado en los ideogramas con que escriben, la religión y el respeto por la naturaleza. El resultado, en la vida diaria, es el culto por el trabajo en equipo y el cuidado por el detalle. El trabajo bien planificado y, por lo tanto bien hecho, es parte de la herencia cultural japonesa. Por ello la improvisación, la imprecisión o la falta de consistencia pueden ser fatales para quien quiera hacer negocios o, simplemente, iniciar una relación duradera.

En 1995, de regreso de una breve visita a Japón, el rector Manuel Montt Balmaceda advertía que, ante la tarea ineludible de participar en la globalización, los chilenos no debíamos olvidar que “la cultura es parte del ser de una nación y que su ausencia no puede sino, al menos, generar distancia y cautela...”

Al rector Montt Balmaceda, como a cientos de viajeros chilenos, Japón le fascinó por la avanzada tecnología que ofrece hoy al mundo sin renegar de su pasado: la capacidad de su gente de combinar la acción y la reflexión. Ello ha generado una imagen que puede ser engañosa, la de miles de turistas japoneses que recorren el mundo con una cámara fotográfica o una video grabadora en ristre, interesados en lo que hay más allá de su enclave histórico. Pero, esos mismos turistas que nos parecen algo ingenuos, mantienen en su tierra pequeños rincones íntimos, silenciosos jardines de arena y piedra que les permiten meditar en medio del tráfago urbano, buscando la paz espiritual que los occidentales no encontramos fácilmente.

Los japoneses son el único pueblo en el mundo que ha sufrido en carne propia el impacto de la bomba atómica. Este dudoso privilegio los ha hecho renunciar para siempre al uso de la fuerza en las relaciones internacionales. A cambio de ello, han establecido, aparte del auténtico milagro de su recuperación económica lograda en poco menos de medio siglo, generosos programas de ayuda y cooperación a la comunidad internacional. A Chile, por ejemplo, como recordó Roberto de Andraca, donaron la enorme bandera chilena que tradicionalmente se cuelga e la entrada de la avenida Bulnes para Fiestas Patrias. Y, para investigación en el área de la biología marina, un buque adecuadamente bautizado como Itzumi.

Se trata, apenas, de dos muestras de un esfuerzo mucho mayor que compromete a nuestro país y que, además del plano diplomático y comercial, debería profundizarse ahora en el área académica.

Mayo de 2001