Irreverente, pero bien hablado

Según escribió en el prólogo de ''Amor se escribe sin hache'', Enrique Jardiel Poncela nació ''para satisfacción de mis padres, que deseaban un varón después de tres hembras consecutivas... en Madrid, en la calle del Arco de Santa María, en la mañana del 15 de octubre de 1901''. No cuesta mucho sacar la cuenta: en pocos días más, este periodista devenido en autor teatral y novelista debería celebrar sus cien años de no ser -como seguramente diría él mismo-, el pequeño accidente de su muerte, ocurrida en 1952.

Casi desconocido por las nuevas generaciones, Jardiel Poncela gozó de gran popularidad en los años que precedieron y siguieron a la Guerra Civil española. Mucho más tarde, en cambio, en los años 50, lo conocieron -en ''soporte papel'', como se llaman ahora los libros no electrónicos- los lectores latinoamericanos.

Este año, con motivo del centenario de su nacimiento, las autoridades de España se propusieron desenterrar su recuerdo. ''Fue un hombre que tuvo muy mala suerte en todo, proclamó el ministro de Cultura, Luis Alberto Cuenca, en febrero pasado. Piratearon sus obras, su mujer lo abandonó y políticamente lo rechazaron tanto los exiliados de izquierdas, que boicoteaban sus estrenos, hasta Franco, que le censuraba. Es de justicia reivindicar ahora su trabajo y su figura''.

Como ejemplo de su incómoda posición se ha citado lo que sucedió con ''La tournée de Dios''. Según un informe de CNN en español, esta novela ''fue prohibida por las censuras republicana y franquista, ambas desconcertadas por sus múltiples lecturas''.

Lo que nadie discutió nunca fue que Jardiel Poncela era trabajador. Después que abandonó el periodismo, escribió 80 comedias, cuatro novelas y numerosos artículos, cuentos e historias cortas.

Era constante: ''Rara vez se pone el sol sin que haya escrito algo. Escribo al mediodía y, a veces, también por la tarde, y a veces, también por la noche... Trabajo siempre en los cafés, pues para trabajar necesito ruido a mi alrededor, y en ese ruido me aíslo, como el pez en la pecera. Escribo con facilidad extrema, lo que no excluye el ansia de mejorar''.

Lo del café explica que en uno de los primeros homenajes con motivo del centenario de su nacimiento, los amigos que todavía estaban con vida se reunieran a comienzos de año junto a su tumba en el cementerio de Santa María para depositar allí, como explicó su biógrafo, los objetos que le rodeaban cuando escribía: su cigarrera y una taza de café.

El suyo fue un humor corrosivo. Según el corresponsal en Madrid de CNN, exageraba ''hasta la caricatura situaciones muy comunes y arraigadas en la sociedad española, como en ''Margarita, Armando y su padre'', de 1931; ''Angelina o el honor de un brigadier. Un drama de 1880'', de 1932; ''Los ladrones somos gente honrada'', de 1941; ''Los habitantes de la casa deshabitada'', de 1942''.

Pese a este permanente tono de irreverencia, Jardiel Poncela era cuidadoso en el buen decir: ''Aborrezco los chistes sucios, esos chistes escatológicos, tan del agrado de casi todo el mundo, y antes de utilizar ese resorte para divertir al público vendería mi pluma en el Rastro''.

Nada de ello, sin embargo, le impidió resumir su pensamiento en frases lapidarias. Para muestra, dos: toda sociedad es un organismo podrido que se conserva gracias al hielo de la hipocresía. Hay dos sistemas de conseguir la felicidad: uno, hacerse el idiota; otro, serlo.

Publicado en El Sur de Concepción, el 29 de Setiembre de 2001