Lecciones históricas

Con prudencia, el gobierno norteamericano se negó a proclamar su victoria pese a las delirantes escenas de Bagdad y otras ciudades. La derrota del régimen de Sadam Husein no estará asegurada mientras no se tenga un control absoluto en todo el país.

A estas alturas, la pregunta obvia es ¿y ahora, qué?

En los días previos a los ataques, cuando se pensaba que todo sería un raudo "paseo" por las orillas del Tigris y del Eufrates, el Pentágono anticipaba que detrás de los combatientes irían soldados especialmente preparados no sólo para iniciar la reconstrucción física del país, sino para establecer un sólido régimen democrático. Por esos días, los objetivos planteados públicamente por George W. Bush alcanzaban un nuevo nivel cada vez: primero se habló de asegurar que no hubiera armas de destrucción masiva (o, en su defecto, lograr su destrucción); luego se mencionó el derrocamiento de Sadam Husein y, finalmente, se planteó que lo verdaderamente importante era establecer un régimen democrático en Irak. El propósito, se añadió, era que este gobierno, a su vez, sentara un ejemplo para la región y el mundo. Se aseguraría, así, la paz en el permanentemente conflictivo Medio Oriente.

Las lecciones históricas demuestran que un objetivo de esta envergadura no es fácil de conseguir. No hay para Irak un militar cuya experiencia se compare con la de Douglas MacArthur, quien impuso la democracia en Japón. Tampoco los dos países son iguales, entre otras cosas porque no existe aquí una figura reverenciada como la del emperador japonés, capaz de enfrentar "lo insufrible" y luego de aceptar la rendición, en 1945, encabezar el proceso de modernización. Tampoco hay una tradición democrática en Medio Oriente. Como se sabe, la grande y paradojal excepción es Israel. Por ello, no resulta sorprendente que en los últimos días Arabia Saudita haya vuelto a expresar sus temores ante el futuro. La imposición de un sistema democrático no parece ser el ideal de un régimen monárquico y autoritario, con rasgos semifeudales como el de la casa de Saúd. Pero tampoco el gobierno de Egipto, con características muy diferentes, cree que sea conveniente que Estados Unidos imponga -sin considerar la opinión del pueblo iraquí- un régimen determinado en Bagdad.

Por una nueva paradoja, el tema es la gran posibilidad de Tony Blair. Su alianza con George Bush le ha costado no pocos sinsabores y la deserción de connotadas figuras de su gobierno. Ahora se ha visto amenazado, incluso, con ser enjuiciado como criminal de guerra. Pero si logra imponer la tesis de un gobierno bajo supervisión de las Naciones Unidas y no manejado exclusivamente por la coalición anglo-norteamericana, podría terminar superando limpiamente el impacto negativo.

Pero el tema, ahora, ya no parece ser el del establecimiento de un gobierno democrático para Irak. El que se vuelva a hablar de los intereses económicos hace renacer las sospechas acerca de las verdaderas razones de la guerra. Se habla, desde luego, del control del petróleo, un tema que para los texanos es parte de su cultura. Pero también hay más: ¿qué empresas estarán detrás de la reconstrucción material de Irak y de los cuantiosos fondos que se dediquen a ella? En conjunto, se trata de dinero. Mucho dinero.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 12 de abril de 2003

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