Lecciones para los periodistas

Yo vi morir una vocación periodística.

Hace casi 50 años, cuando estudiaba periodismo en la Universidad de Chile, los alumnos de primero visitamos el Instituto Médico Legal. Mientras presenciábamos una autopsia, sin aviso previo, un compañero –más impresionable que el resto- sufrió un desmayo. Cuando se repuso, se fue a su casa. Nunca volvió.

La tragedia, el dolor, la miseria siempre afectan a un reportero, aunque parezca encallecido por años de oficio. Lo ha reconocido Santiago Pavlovic:

- De todos los conflictos donde he estado, ésta ha sido una de las tragedias más dolorosas y duras de reportear. ..... En Antuco, los muertos eran chilenos, 45 niños humildes y con ganas de convertirse en soldados. Me recordaban mucho a Andrés, mi hijo menor, y eso realmente me quebró.

En la década de 1960 estuve reporteando en Lota la “huelga larga” de los mineros del carbón. Sabía de sus terribles condiciones de vida. Pero no estaba preparado para ver a sus hijos, No he olvidado a un pequeño, esmirriado y frágil, alcohólico como sus padres según me hizo ver más tarde el padre Pedro Azócar en Concepción. Son escenas que marcan para siempre. Y que afectan tanto a los protagonistas de la noticia como al propio informador.

Casi nada se ha dicho, hasta ahora, de las condiciones de trabajo de los periodistas que han subido a la montaña helada en la Octava Región. Se los critica porque mostraron fallas y mala coordinación. Pero ¿cómo están de ánimo? ¿Cómo repercutirá en sus vidas, en sus familias, en su trabajo, lo que han visto y sentido?

La experiencia muestra que el desafío, para el periodismo, es complejo.

Una noticia de gran contenido emocional, aparte de lo estrictamente informativo, tiene especiales exigencias. Los medios deberían estar preparados para responder de manera organizada y eficiente. Deberían tener periodistas capacitados, que puedan recabar la información requerida sin obstruir los esfuerzos de quienes prestan ayuda (bomberos, equipos de emergencia, rescatistas) ni olvidar que hay víctimas (y parientes) en estado de shock.

Lo anterior incluye la obligación de tener un especial cuidado con las imágenes, tanto cuando los fotógrafos trabajan en terreno como cuando periodistas y editores deciden qué publicar.

Por otra parte, es una realidad que los periodistas generalmente responden eficientemente durante la emergencia, aunque ha habido casos en que no pudieron sobreponerse ante un escenario de muerte, destrucción y sufrimiento. Lo que no se cuida habitualmente, en cambio, es su atención posterior, cuando, después de haber despachado el fruto de su reporteo, baja la adrenalina y se reviven imágenes y situaciones deliberadamente dejadas de lado hasta ese momento.

Según los especialistas, en todo el mundo la reacción más frecuente es que un editor “comprensivo”, le dé un par de días de permiso al agobiado reportero y le recomiende que compre licor y se olvide de lo que acaba de ver. El resultado, a la larga, puede ser alcoholismo, drogadicción o problemas familiares.... en forma aislada o, lo más grave, simultáneamente.

Por eso es necesario estar preparados. Ya se ha dicho que hay lecciones que el Ejército debe aprender. También otras autoridades. Pero ¿y los periodistas?

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Mayo de 2005

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