Lula y el periodista

La información -publicada en The New York Times el domingo 9 de mayo- se iniciaba en un tono enérgico, pero que difícilmente llamaba a escándalo: “Luiz Inacio Lula da Silva no ha ocultado nunca su afición por un vaso de cerveza, un trago de whisky o, mejor aún, de cachaza, el fuerte licor brasileño producido a base de caña de azúcar...”.

El periodista Larry Rohter tocó, sin embargo, un nervio muy sensible. Los problemas, escribió, se han ido acumulando en la presidencia de Lula da Silva. Pese a ello el Jefe de Estado se ha mantenido al margen, mientras sus asesores se hacen cargo del trabajo pesado. “Esto ha despertado la especulación, comentó Rohter, de que esta aparente falta de compromiso y pasividad puedan estar relacionadas de alguna manera con su apetito por el alcohol. Sus partidarios, sin embargo, niegan cualquier información de que (Lula) beba en exceso”.

No terminó aquí el incisivo análisis. Rohter conversó con Leonel Brizola, candidato a la Vicepresidencia junto a Lula en las elecciones (que perdieron) de 1998, quien reconoció estar profundamente preocupado. Le dijo: “Creo que (el presidente) está destruyendo las neuronas de su cerebro”. Más aún: le habría advertido a Lula, como “su amigo y camarada”, que le parecía indispensable que se “controlara”.

No es, por cierto, la primera crítica que se hace al Jefe de Estado brasileño desde que asumió el mando. Se ha hablado de su cambio de aspecto, de sus trajes y de sus gustos. Mientras estuvo en campaña -largamente- actuó y habló como un obrero de humilde origen, como es. Después, según sus críticos, empezó a cambiar.

Pero tanto o más importante que estos aspectos personales es el hecho de que su llegada al poder en Brasilia ha estado marcada por reacciones y sentimientos encontrados. Su pasado revolucionario hizo temer a muchos sectores una catástrofe. Otros, por lo mismo, confiaban en que habría cambios profundos y muy rápidos.

Desconcertando a todos, el gobierno de Lula se ha caracterizado por la prudencia. Pero igual subsisten suspicacias de lado y lado. Y en materia internacional, sobre todo con Estados Unidos, la situación se ha puesto cada vez más tensa.

Brasil no ha estado incondicionalmente al lado de George W. Bush. Y cuando, por medidas antiterroristas se empezó a exigir en los puertos de entrada norteamericanos que los brasileños, igual que la gran mayoría de los visitantes extranjeros, se dejaran fotografiar y registraran sus huellas digitales, las autoridades de Brasilia replicaron exigiendo lo mismo a los visitantes de EE.UU.

En este contexto, el comentario de Rohter fue interpretado de inmediato como parte de una política teleguiada desde la Casa Blanca o, por lo menos, desde el Departamento de Estado. El régimen brasileño ordenó la cancelación de su visa y le dio ocho días para abandonar el país. “Este periodista no puede quedarse aquí”, dictaminó el propio Lula. Pero primero intervino la justicia y luego el propio gobierno comprendió que había sobrerreaccionado. En definitiva, Rohter seguirá en Brasil.

Ahora, por supuesto, el tema de la discusión no es el alcoholismo del presidente sino su excesiva sensibilidad frente a las críticas. Y en esta nueva batahola habría que preguntarse qué habría pasado en otros lugares en un caso parecido. Ya sabemos en Chile cómo son sensibles algunas epidermis.

En una época más tolerante nadie reaccionó tan airadamente cuando Topaze bautizó al Presidente Pedro Aguirre Cerda como “Don Tinto”.

Eran otros tiempos.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en mayo de 2004

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