Medios: la fascinación y el riesgo

Pese a los torrentes de comentarios de los últimos días, todavía se puede decir algo más sobre el inesperado final del romance del año. Como periodista que por años he vivido –y ejercido- entre “el horror y la esperanza”, no puedo dejar de asombrarme por la facilidad con que las nuevas generaciones exponen públicamente su intimidad, aguijoneados por los periodistas y seudoperiodistas que emergieron en el último medio siglo, precisamente el período en que se echaron a andar las escuelas de periodismo de nuestro país.

Lo que obligó a cancelar el matrimonio Zamorano-Larraín no fue la sobre exposición mediática. Pero ella contribuyó poderosamente a hacer insolubles los conflictos y las dudas que cualquier pareja tiene antes de la boda. La fama y el reconocimiento público, las peticiones de autógrafos, las solicitudes para fotografiarse “al lado de” crean una adicción superior a la de las drogas prohibidas. Nadie, como lo sabe cualquier estudiante de periodismo que ha hecho su práctica en un canal de televisión, es indiferente al saludo de un desconocido que lo ve en la calle después de haberlo tenido en la intimidad virtual de su hogar en la noche anterior. Más aún cuando se trata, como en el caso de Iván Zamorano, de un personaje con méritos reales, con un notable historial de éxitos deportivos y personales que lo avala.

Pero el espejo de nuestro tiempo que son los medios puede ser tan peligroso como el que embrujó a Narciso. Se puede terminar viviendo por y para los medios, un precio que probablemente muchas personas están dispuestas a pagar, pero del cual no todas están conscientes.

Un político necesita de los medios para mantenerse vigente, igual que quienes viven del espectáculo. Pero si no ponen límites, si están en todos los “shows” y aceptan posar ante todas las cámaras y hablar ante todos los micrófonos a toda hora y opinan de todo, y a menudo cobran por ello, naturalmente no pueden quejarse de que la gente quiera más y más. Ya no importa el vestido. Se quiere saber qué hay (o no hay) debajo.

Iván Zamorano –lo sabemos bien- trató de evitar los peores excesos. Pero no logró que su vida personal, que cada romance suyo o que las cazuelas de su mamá quedaran en ese ámbito propio, personal que cada ser humano necesita como un santuario. Fue valiente –no era necesario que lo proclamara él mismo, pero es cierto- al no seguir adelante cuando la aventura estaba fracasada, pero sin el Palacio Cousiño, sin las rosas de Ecuador, sin la iglesia especialmente abierta para la ocasión, sin el fasto (y el gasto), el bochorno habría sido menor.

Los medios informativos no son malos o buenos. Son “medios”: instrumentos necesarios para la comunicación entre las personas. Como el sol del verano, exponerse a ellos en exceso puede ser peligroso. Esa es una lección reiterada de este caso. Pero no es la única: gracias a los medios, muchas veces también ocurren cosas que de otro modo no habrían ocurrido.

Por ejemplo, lo mucho que ha logrado la familia Matute Johns en el esclarecimiento del asesinato de su hijo Coke. Ellos también asumieron un costo enorme en su persistente campaña de esclarecimiento de los hechos. Y acaban de dar un paso decisivo.... que probablemente no habría sido posible sin la ayuda los medios informativos.

Abraham Santibáñez

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en febrero de 2004

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