Morir en Nahariya y en muchas partes más

Para la mayoría de los chilenos es una noticia marginal. Apenas un factor más a la hora de sacar las cuentas en las alzas del precio del petróleo. Pero el agravamiento de la situación en Medio Oriente, en un mundo fuertemente intercomunicado y globalizado, no tiene precedentes. En otras oportunidades –en especial en 1973- la guerra entre Israel y sus vecinos no nos dejó indiferentes. Pero casi no nos tocó directamente.

Esta vez, en cambio, desde el secuestro del cabo Gilat Shalit, el 25 de junio, cada avance en la escalada tiende a repercutir más cerca. El jueves pasado, la argentina Mónica Saidman estaba tomando café en el balcón de su casa en Nahariya, al norte de Israel, cuando la mató la explosión de un cohete katiusha. El disparo partió del otro lado de la frontera con El Líbano. Mónica no hizo caso de las advertencias de buscar refugio y se sumó así a una lista desoladora: 55 víctimas fatales (53 de ellas libanesas) en apenas dos días. En Gaza, poco antes, en un solo día, un ataque de las fuerzas de israel contra una casa donde –se informó oficialmente- se reunían jefes del movimiento Hamas, costó la vida de 24 palestinos. La voz oficial de la Embajada Palestina en Chile estima que más de 110 personas han muerto en un mes, debido a esta ofensiva israelí.

Según la misma denuncia, “la situación actual en Gaza Ocupada, ha sacado a la luz pública la presencia de 10.000 prisioneros en cárceles israelíes, incluyendo 400 niños y 150 mujeres: el rescate pedido por el soldado es de 1000 prisioneros, incluyendo todas las mujeres y todos los niños”.

La conciencia del problema llevó al gobierno chileno a expresar su "gran preocupación por los últimos acontecimientos en Medio Oriente y por el escalamiento de la violencia en esa región". Es que, a pesar del costo creciente en vidas humanas, lo peor es la posibilidad de que el conflicto tenga una expansión incontrolable..

Sin pruebas, Gideon Meir, del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, sostuvo que Hizbolá planeaba trasladar a los soldados secuestrados –al cabo Shalit se sumaron otros dos efectivos- a Irán. Nunca antes este país –la antigua Persia- se involucró directamente en el conflicto de Medio Oriente. Con el Sha se alineó con la política de Estados Unidos, siempre a favor de Israel. Más tarde, debido a su enfrentamiento con Irak, no estuvo en condiciones de tomar parte activa en ninguna crisis. Pero la situación, ahora, es diferente.

Además del involucramiento de Irán, cuyo Presidente llegó a negar la realidad del holocausto, Gideon Meir planteó la existencia de un “eje del terror” integrado por “Hamas, Hizbolá, Siria e Irán en los roles principales... lo que pone en peligro no solo a Israel sino al mundo entero”.

En primera instancia, ya está dicho, el efecto más notorio de la crisis fue una nueva alza en el precio del petróleo que superó los 76 dólares por barril.

Mientras tanto, la muerte sigue su cosecha en Gaza, El Líbano e Israel.

Naahariya, donde un cohete mató a Mónica Saidman, está apenas a diez kilómetros de la frontera. Desde siempre sus 50 mil habitantes están preparados para el fuego enemigo. En 1982 allí estaba el cuartel general del Ejército de Israel que había invadido a su vecino del norte para expulsar a los palestinos, liderados entonces por Yaser Arafat.

Desde Nahariya dirigía las operaciones el general Ariel Sharon, hoy retirado del Ejército y de la vida política por la enfermedad. Entonces logró sacar a Arafat. Pero el costo –incluyendo las masacres en los campos de refugiados de Sabra y Shatila- fue excesivo. Peor aun, por lo que se ve ahora, el despliegue bélico no condujo a la paz.

Esta vez podría pasar lo mismo. Pero en un escenario mucho más aterrador.

15 de julio de 2006

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