El deber de opinar

En el debate sobre el diario “Metro” se han dado principalmente dos argumentos: uno, el de la competencia desleal, que alegan la Asociación Nacional de la Prensa y los gremios de suplementeros, y dos, el de la prohibición de las empresas públicas de hacer otros negocios aparte de aquellos para los cuales han sido expresamente autorizadas. Este último, que es bastante sólido, se enreda, sin embargo, por la existencia de una sociedad anónima, en la cual la presencia del Estado se mantiene, pero de manera menos directa.

En todo caso, este es un tema que ya dilucidaron los tribunales.

Hay un argumento, sin embargo, que difícilmente podría resolver Corte alguna, pero que a los periodistas y a quienes estamos preocupados del tema desde el punto de vista académico, debería llamarnos la atención. Se trata de la falta de opinión de este nuevo diario. Al parecer así lo exigía su reglamentación y ese era un buen argumento para su defensa ante la Justicia: Metro S.A. no infringió un principio básico de las empresas del Estado al no manifestar preferencia alguna de tipo político, religioso o ideológico en general.

Pero ¿es este realmente un buen argumento?

El quiosquero que trabaja en la Alameda, cerca de la Universidad donde me desempeño, discrepa de sus colegas, precisamente en este aspecto. Está convencido, me dijo, que la gente al tener este periódico a su alcance, se va a entusiasmar por la lectura... pero no se va a sentir del todo satisfecha.

¿Razón?

Este es (¿era?) un medio de obligado desapasionamiento, sin mayor compromiso, salvo con algunos principios y valores muy generales y muy amplios como la defensa del consumidor, el apoyo a iniciativas de bien común y la defensa de la soberanía y el buen servicio público.

Pero ¿qué pasa con un diario que no sólo porque no aparece el domingo, sino porque así lo proclama, no tiene un comentario de tipo religioso ¿Que, con respecto a las elecciones, debe limitarse a reproducir los resultados, pero no puede ni debe comentarlos desde un punto de vista político? ¿Que puede condenar el terrorismo, pero que no está habilitado para tomar partido en temas contingentes cuando sólo hay acusaciones, pero todavía no pruebas, tanto en los temas de derechos humanos pasados como en las manifestaciones violentas de la actualidad.

En la práctica profesional primero y ahora en la universidad, hemos coincidido con muchos estudiosos en que la misión del periodista no es la de un simple reproductor de boletines de organismos de gobierno, instituciones privadas u otros generadores de información. Precisamente lo que explica y hace necesaria la formación universitaria es la capacidad del profesional de trascender la simple información: explicar sus antecedentes, hacer las proyecciones que parezcan adecuadas, explicarla (o “interpretar”) la noticia, hacerlo en un riguroso marco ético y -a partir de la forma cómo define su “misión”- tener una opinión propia que oriente y ayude al lector. De no ser así ¿cómo jerarquiza? ¿a qué le da importancia? ¿le da lo mismo una “acción de arte en el centro de Santiago”, que un crimen en Concepción? ¿sus periodistas son seres humanos, con emociones y sentimientos, o simples robots para los cuales todo es igual? ¿Qué papel desempeñan los jefes en un medio así, si deben encerrarse en una burbuja aséptica, incontaminada, que parece ser la misma para Santiago, Zurich, Filadelfia o Estocolmo?

“El periodista ayuda a los lectores a saber; el editorialista les ayuda a entender”, recuerda José Luis Martínez Albertos, citando un texto preparado por el Committee on Modern Journalism de Estados Unidos. Y no es el único en sostener esta obligación de asumir posiciones del medio. Numerosos otros textos refrendan el mismo concepto.

Tiene, pues, razón mi quiosquero. Y, antes que el, la tuvo Joseph Pulitzer, quien no sólo defendía la idea de que el periódico tuviera opinión, sino que, además, creía militantemente en que ello era necesario e insoslayable:

-Es inmoral cobijarse detrás de la neutralidad de las noticias.

Yo no lo diría en términos tan duros, pero me parece obvio que la opinión es parte inseparable de la Información y del trabajo de un medio de comunicación.

Enero 2000