Nkosi, niño símbolo del SIDA

Murió como mueren los héroes de ficción: al amanecer. Pero Nkosi Johnson era un héroe de verdad. Y era, sobre todo, un niño. Murió el viernes 1º de junio a los 12 años, víctima del SIDA. Hace menos de un año, en Durban, Nkosi tomó el micrófono en una conferencia internacional. Dijo “con firmeza y madurez que desmentían su aire frágil”, según The New York Times:

“Hola. Mi nombre es Nkosi Johnson. Vivo en Melville, Johannesburgo, Sudáfrica. Tengo once años, tengo SIDA y estoy desahuciado”.

Nkosi, quien adquirió el virus antes de nacer, se convirtió en un símbolo de la epidemia de nuestro tiempo. Según el periodista Donald McNeil “hizo que la gente indiferente e ignorante se diera cuenta que las personas con el VIH eran personas como ellos mismos. Pero en Sudáfrica, donde cuatro millones 700 mil personas están contagiadas con el VIH, el virus que causa el SIDA, desempeñó un papel más importante: su juventud, su cuerpo esmirriado y su fuerza de voluntad lo convirtieron en el principal crítico del gobierno por su demora en reconocer la epidemia y en dar a las madres como la suya las drogas retrovirales que pudieran haberle evitado el contagio”.

Cuando se supo su muerte, tras seis meses de agonía, gran parte de la cual pasó en estado de coma, recibió homenajes desde el ex Presidente Nelson Mandela hasta organizaciones de lucha contra el SIDA de Estados Unidos y Holanda. Su equipo favorito de fútbol, los Kaizer Chiefs, también hicieron llegar sus condolencias como miles de personas de Sudáfrica y del mundo.

La muerte llegó hasta el hogar de Nkosi en los mismos días en que se recordaban los 20 años desde el primer registro de la enfermedad en Estados Unidos. El 5 de junio de 1981 se encendieron las luces de alarma cuando se informó del ingreso de cinco jóvenes homosexuales a tres hospitales de Los Angeles víctimas de una neumonía fatal, provocada, a su vez, por una falla generalizada de sus defensas.

Desde entonces, más de 400 mil norteamericanos y unos 22 millones de personas en todo el mundo han muerto de la enfermedad, que tiene nombre (Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida) pero no tiene cura.

Por un tiempo se asoció el SIDA al homosexualismo, incluyendo la convicción en muchos grupos de que era un “castigo” del cielo y que, naturalmente, la gente de bien estaba al margen del contagio. Con el paso de los años, sin embargo, se ha comprobado que personas de cualquier grupo social son también víctimas potenciales. Pero es evidente que el SIDA está directamente asociado a los grupos de más bajos ingresos, menor nivel educacional y muy especialmente a los países africanos.

Para algunos –probablemente una parte importante de la población chilena- esto puede ser un alivio. Ello, desde luego, sería un error y un auto-engaño: en la era de la globalización, nadie está al margen de los beneficios o de los peligros de la apertura de las fronteras entre países y continentes. Pero es obvio que Africa (donde tiene caracteres “catastróficos” según la ONU) y los niños africanos siguen siendo el centro neurálgico del problema. Y esa es la razón por la cual la vida –y la muerte- de Nkosi Johnson, se convirtió en un símbolo.

Como dijo Nelson Mandela fue “un ejemplo para millones de seropositivos, porque ha demostrado cómo se debe enfrentar esta desgracia. Nos enseñó a ser más fuertes y vigorosos contra esta terrible enfermedad. Este niño… como todos los niños de Africa, habría merecido gozar de la vida con alegría, divirtiéndose y con felicidad. Es urgente sustraer a nuestros niños de esta tragedia…

Es evidente que cuando habla de “nuestros niños”, no se refiere solamente a los de Africa. También los nuestros, los de América Latina y de otros continentes tal vez un poco menos pobres que Africa pero igualmente expuestos al riesgo, deben incluirse en esa intensa y acuciante preocupación.

Publicado en El Sur de Concepción, el 9 de Junio de 2001