La “conspiración” de la OPEP.

A fines de la década de 1970, se puso de moda en el mundo la teoría de la conspiración internacional, liderada por los países productores de petróleo o, más concretamente, las naciones árabes. El comprensible punto de origen de best-sellers de poco vuelo como “Colapso” (Editado por Emecé), de Paul E. Erdman, o “El Plan Arabe” (Pomaire), de Jacqueline y Shimshon Carmel, ambos de 1976, fue el éxito del boycott petrolero de comienzos de la década.

En 1973, después de una nueva derrota ante los ejércitos de Israel, los países árabes lograron finalmente que la OPEP se pusiera de acuerdo y restringiera drásticamente su producción. Resultado: escasez y alza de precios.

La primera se tradujo en largas colas de automovilistas furiosos, esperando para abastecerse en las gasolineras del mundo entero. La segunda, en un concepto nuevo: los “petrodólares”, que terminaron por inundar los mercados mundiales con préstamos fáciles de conseguir y difíciles de pagar.

A la luz de esa experiencia, era fácil imaginar una conspiración mundial, en la cual algunos magnates árabes se apoderaban del mundo, incluyendo gobiernos de países desarrollados.

Este año, cuando la desesperación de millones de consumidores y sobre todo de transportistas en el mundo entero, pero sobre todo en Europa, puso en jaque a los gobiernos de Francia, Alemania, Bélgica y Gran Bretaña, el fantasma de la conspiración volvió a asomar

En septiembre, el Primer Ministro Tony Blair se vio obligado a movilizar al Ejército británico para asegurar el abastecimiento de combustible. E insistió ante los camioneros que levantaran el bloqueo a las refinerías “porque ponen vidas en peligro”. Poco más tarde, controló la situación ofreciendo algunas concesiones. Pero no resolvió el problemna.

Para los camioneros la única manera de aminorar la crisis es mediante rebajas de impuesto. Pero se estrellaron contra los acuerdos de la Unión Europea y la decisión de los gobiernos como el alemán que creen que por la vía tributaria se puede ayudar a descontaminar el medio ambiente. Francia, por lo menos, cuyo gobierno socialista sufrió una grave pérdida de popularidad, decidió negociar el punto, en parte al menos. Y en otros países probablemente se hará algo parecido, pero no en todos.

Tan grave fue la crisis que la OPEP anunció primero que aumentaría la producción de petróleo, a fin de limitar las alzas. El 14 de septiembre, cuando se hizo evidente que los aumentos anunciados eran todavía insuficientes, se emitió un nuevo comunicado en la sede, en Viena, precisando que la organización estaba dispuesta a actuar “rápidamente para restaurar el orden cada vez que hubo inestabilidad en el mercado”. Y, agregó el comunicado, “la OPEP es totalmente consciente de sus responsabilidades respecto a los mercados mundiales”. Lo que significa que se estaría llegando al punto en el cual no se puede esttirar más la cuerda... ni subir los precios.

Es, todavía, un débil consuelo para países -en el hemisferio norte- que ya se acercan al otoño y a la época de frío, en que aumenta el consumo de combustible. Sin llegar al extremo crítico de Gran Bretaña, Francia, España y sus vecinos han visto iracundas manifestaciones de los transportistas, acompañadas por la solidaridad de la opinión pública que, a pesar de los inconvenientes, cree que la única solución es la rebaja de impuestos.

Todavía está por verse lo que ocurrirá en definitiva: el aumento de precios inevitablemente tendrá un impacto inflacionario. El mayor costo de la vida suele producir descontento político. En un momento en que los gobiernos de Estados Unidos y sus principales aliados europeos se ha alineado por la “tercera vía" del británico Anthony Giddens -el mentor ideológico de Tony Blair- las veleidades electorales podrían producir un vuelco profundo.

Con o sin conspiración, los responsables de la OPEP podrían conquistar el mundo... o producir un colapso financiero. Es lo mismo que predijeron algunos imaginativos novelistas hace poco más de 20 años.

Septiembre 2000