Opinólogos: Con la marea en contra.

Algunos son periodistas. Otros no. Este hecho simple impide que las instancias correspondientes puedan ejercer algún tipo de control sobre lo que dicen. Y lo que dicen es, habitualmente, de gran impacto. Los llamados “opinólogos” son una nueva raza, surgida al calor del desarrollo de los medios de comunicación, de la lucha por el rating y el “people meter”, pero también de las ganas del público de escuchar -¡al fin!- lo que todos quisieran decir, pero pocos dicen.

Como todo tiene su límite, sin embargo, a la hora de sincerarse, apenas poco más de la cuarta parte (27,7 por ciento) de los santiaguinos consultados por la Universidad Diego Portales por cuenta de Publimetro los calificaron como “entretenidos y útiles”. El resto dividió su opinión entre quienes creen que, a lo más, son “un mal necesario” (34,3 por ciento) y quienes los califican, rotundamente, como “perjudiciales para la opinión pública” (38 por ciento). Pero antes de entrar en más detalles, especialmente en torno al último episodio de esta saga, que se podría llamar: “Auge y caída de un líder de opinión, el caso de Italo Passalacqua”, veamos algunos antecedentes.

La explosiva mezcla entre la oferta de tribunas y los interesados en ocuparlas, que produjo estos héroes “mediáticos”, no se inventó en Chile. Matt Drudge, un norteamericano que ni siquiera había terminado la enseñanza media, creó en los años 90 una página en Internet de denuncia y escándalo sin mayor eco hasta que le llegó el día “D”, o, mejor, el día “M”, de Mónica. Fue Drudge quien puso en Internet –es decir, al alcance del mundo entero- las escabrosas relaciones del Presidente Bill Clinton y la joven Mónica Lewinsky.

Drudge sigue en actividad, entre otras cosas, porque sus audaces revelaciones tienen generalmente una sólida base real.

En Chile, en cambio, la versión criolla de los extravertidos capaces de decir cualquier cosa acerca de cualquier personaje, ha tenido menos suerte.

Aunque asegura que nunca ha sido condenado, Eduardo Bonvallet, uno de los exponentes más notorios del género, ha sido denunciado ante los tribunales de justicia; ha sido enjuiciado por el Consejo de Etica de los Medios de Comunicación y ha sido obligado a cambiarse de radio más de una vez. Pero finalmente –como reconoció hace poco uno de sus co-comentaristas radiales- descubrió que le va mejor si mantiene una compostura básica tanto en el lenguaje como en sus afirmaciones.

Obviamente otro que acaba de descubrir esta amarga verdad de que hay excesos que no se perdonan es Italo Passalacqua. Ser periodista –una distinción importante respecto de la mayoría de los opinólogos, incluyendo a Bonvallet, la Doctora Cordero y las nuevas generaciones que se han instalado en los medios audiovisuales- no lo eximió de la borrasca que ahora lo está hundiendo.

Antes había sorteado con buena fortuna diversos temporales, el peor los cuales fue el que resultó del reconocimiento público de su opción homosexual. Es interesante anotar que en su momento la entrevista en que se sinceró –en Canal 13- implicó una censura en el canal y la consiguiente crisis del programa El Triciclo. Passalacqua, en cambio, pudo seguir adelante, imperturbable. Pero si creía que podía decir cualquier cosa, estaba equivocado.

La proverbial gota de agua que colmó el vaso fue su declaración en el espacio Primer Plano de Chilevisión donde dijo que no consideraba pedofilia la relación con un niño de 15 años si existe el consentimiento de sus padres.

Esta vez las señales amarillas pasaron, casi automáticamente, a rojas en TVN y radio Agricultura, sus dos hogares periodísticos por largo tiempo. Primero se habló de suspensión mientras se aclaraban las cosas y, en el caso de TVN, esta semana se determinó su salida del canal. El mensaje es categórico: se puede aceptar la liberalización de las costumbres (homosexualidad y lesbianismo, por ejemplo), pero se rechaza lo que, para nuestra cultura y nuestro ordenamiento jurídico, es lisa y llanamente un delito... o la apología de un delito.

El pensamiento de las personas consultadas para esta muestra, en cambio, es más matizado: se reprueban las opiniones del comentarista, pero –por una pequeña mayoría- no hay acuerdo en que debe salir de los medios que lo cobijaron:

  • El 77 por ciento cree que “Italo Passalacqua se equivocó al opinar recientemente sobre la pedofilia”. Solo el 23 por ciento piensa que “no se equivocó”.
  • El 53 por ciento “no está de acuerdo con que se le haya sacado de la pantalla y de la radio”. El 47 por ciento restante, en cambio, sí está de acuerdo.

Acerca del papel de los “opinólogos”, una minoría muy pequeña (once por ciento) asegura que sí “influyen en su visión de las cosas”, El resto cree que nunca (el 52 por ciento) o “a veces” (37 por ciento).

Dado que, como ya se registró más arriba, también una minoría cree que los opinólogos son “entretenidos y útiles”, ya ha llegado la hora de revisar la situación. O, por lo menos, sacarlos del pedestal, y dejarlos ahí, para que quienes los encuentran graciosos, puedan gozar con su ingenio. Pero –ojo- es hora de tener presente el 72,3 por ciento que piensa que son “un mal necesario” o, peor, “perjudiciales para la opinión pública”.

Si yo fuera opinólogo profesional, estaría buscando otra pega.

Publicado en el diario Publimetro (se puede leer en linea desde metropoint.com) el 24 de Junio de 2004

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