La reivindicación de los moais

Se llamaba Julien Viaud y era un guardiamarina en la Armada francesa cuando llegó, en 1872, a la isla de Pascua. Su buque –La Flore- se había desviado deliberadamente de las rutas habituales de la época a fin de llegar a la isla. Iban, según escribió, “para explorarla y, si es posible, para tomar una de las antiguas estatuas de piedra que nuestro almirante quisiera llevarse a Francia”.

Así fue. El navío cargó una gigantesca cabeza de piedra “de cuatro a cinco toneladas” y el joven oficial cambió, además, un capote del almirante por la cabeza de un moai que dos marineros cargaron a bordo haciendo una “silla de manos”. La exótica aventura había terminado. Pierre Loti, que fue el nombre literario que adoptó el guardiamarina, quedó, sin embargo, con el sentimiento de haber cometido “un delito de leso salvajismo”.

No fue el único caso. Otros europeos –ingleses, franceses y alemanes, sobre todo- recorrían el mundo entero acumulando tesoros arqueológicos. En Berlín se instaló en un museo propio un enorme friso asirio proveniente de Pérgamo. En la misma capital alemana está la bella cabeza de Nefertitis, que ni siquiera en préstamo sale de ahí. El British Museum de Londres defiende celosamente la colección Elgin, compuesta por mármoles sacados del Partenón y que reclama Grecia. Las colecciones de la época de los faraones del Louvre, son fuente de permanente sufrimiento para los egipcios. Y no olvidemos que hace un siglo, también don Pedro del Río Zañartu –como se puede apreciar en Hualpén- trajo significativos recuerdos de sus viajes por el mundo clásico.

Nada se compara por cierto con Pascua. Millones de chilenos soñamos con visitarla o volver a ella. El lugar habitado más aislado del planeta, ha sido desde siempre, con o sin título, lo que ahora se llama “patrimonio de la humanidad”. La descubrieron los holandeses, la exploraron marinos de todas nacionalidades y la evangelizaron los franceses. Al comenzar la Primera Guerra Mundial, la flota del almirante alemán von Spee pasó por ahí en ruta a su cita con el enemigo británico en las Malvinas y frente a Coronel. (El Dresden, parte de esa escuadra, terminó su existencia en Juan Fernández). Un francés, Stephen-Chauvet, fue uno de los primeros en investigar seriamente los “misterios” de Pascua. Un noruego, Thor Heyerdahl investigó cómo se levantaron los moais. La NASA norteamericana la convirtió en estación espacial de emergencia, aunque no faltaron quienes sospechaban motivos más terrenales. Pocos, en tiempos más recientes, trabajaron con la pasión del padre Sebastián Englert.

Las incógnitas siguen en pie. Igual que la fascinación y el magnetismo. Pero, por supuesto, para los habitantes de la isla, su capital más valioso es su pasado. Eso explica la pasión con que han seguido la postulación de Pascua y sus moais como una de las nuevas siete maravillas del mundo.

Se entiende entonces el entusiasmo con que se recibió la adhesión de la Presidenta Bachelet: "Ahora más que nunca necesitamos de esta campaña, que sean los moais los que nos unan de verdad a todos, dijo el alcalde Pedro Edmunds Paoa, que no sea solamente por el objetivo de ser una de las siete maravillas del mundo, que lo vamos a hacer, sino que también sirva de verdad como una imagen país de unidad".

La decisión sobre las nuevas maravillas se conocerá en Lisboa, el próximo 7 de julio. La sensación de “falta de respeto” que confesó Loti después de describir la feroz escena de la extracción del moai que se embarcó en La Flore, debería compensarse –en parte- con este reconocimiento.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 15 de junio de 2007

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