3 de marzo de 2000

Las veleidades del petróleo

Parece una frase pronunciada por un opositor local frente a la impetuosa alza del precio del petróleo: "Es evidente que el gobierno no estaba preparado". Pero no era un crítico chileno. Ni siquiera un opositor norteamericano, sino el propio ministro de Energía de Estados Unidos, Bill Richardson, quien reconoció que su gobierno había sido "sorprendido". Según la revista Time, "Richardson, igual que la mayoría de los expertos, no creyó posible que los once miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP pudieran cerrar filas para limitar la oferta de combustible".

La tensión entre la OPEP y el resto del mundo que consume pero no produce petróleo es como la historia de David y Goliat. Los países productores -en su mayoría de escasa población, excepto Indonesia- no tienen fuerza para enfrentar a los gigantes desarrollados a menos que se unan entre sí. Pero sus querellas internas son múltiples y sólo lograron acuerdos importantes en la década de 1970, después de la Guerra de los Seis Días con Israel y hábiles gestiones y presiones de Arabia Saudita.

Después volvieron a imperar los objetivos de corto plazo y la unidad pareció haber terminado. Y así lo creyó buena parte del mundo desarrollado que no sólo volvió a gastar petróleo a estanques llenos, sino que dejó de lado la búsqueda de nuevos combustibles y de nuevas tecnologías.

Hace un año, en marzo pasado, cuando se reunieron en Viena los socios de la OPEP, The New York Times calificó al organismo como "un cartel casi moribundo". Pero -contra lo que creían muchos- ese fue el punto de inflexión: la crisis asiática, que estaba obligando a reducir presupuestos en todas partes, amenazaba con convertirse en fuente de intolerables conflictos políticos y sociales.

Al final, el acuerdo se logró sobre todo gracias al aporte de Arabia Saudita y a la incorporación de países no OPEP a la reducción de cuotas de producción.

El resultado, no anticipado por los países industrializados (menos por los otros, como Chile), fue un cambio en la tendencia que permitió que a lo largo del año pasado se duplicara el precio del barril de petróleo y que esta semana llegara -fugazmente- a 32.15 dólares en Nueva York.

Durante el invierno en el hemisferio norte, la demanda de combustible para la calefacción hizo que las cuentas golpearan la economía doméstica. Aunque el impacto en la inflación, especialmente en los países desarrollados, no es excesivo, igual desde enero se han hecho sentir las quejas. Los noticieros de CNN en español, igual que las cadenas chilenas de TV, mostraron airados conductores y dueñas de casa que protestaban por el alto precio.

La diferencia es que, por lo menos en el caso de Estados Unidos, cuando los consumidores se quejan, las autoridades están en condiciones de presionar directamente en la fuente misma de sus desdichas. Mirando hacia la próxima reunión de la OPEP, el 27 de marzo, el ministro Richardson ha desarrollado un intenso "lobby" internacional para evitar que el precio siga empinándose.

En un año de elecciones, el gobierno de Clinton no está en condiciones de aflojar el esfuerzo.

La misma revista Time calculó que, terminado el invierno, habrá una nueva demanda de parte de los consumidores: esta vez serán los automovilistas que, para aprovechar el buen tiempo, requerirán nada menos que 800 mil barriles más de petróleo al día. Para ellos, el precio de 30 dólares por barril ya es mucho, sin imaginar lo que sería si volviera al tope de 42/44 dólares a que llegó en 1990, cuando estalló el conflicto entre Irak y Kuwait.

Para acercar todo esto a nuestra realidad: antes que el precio superara los 30 dólares el barril, en muchos lugares de Estados Unidos el galón (cuatro litros y medio) de la gasolina para automóviles se vendía a un dólar y medio. Si se hace un cálculo simple, eso significa un precio aproximado de 166 pesos chilenos por litro, algo así como la mitad de lo que se paga en nuestro país... De lo cual se deduce que lo mejor que puede pasar(nos) es que las gestiones norteamericanas tengan éxito y el precio se estabilice y, ojalá baje, antes que empiece nuestro propio invierno.