El partido final de Powell

Los futbolistas han puesto de moda las despedidas en grande... grandes como un estadio. Hace una semana José Luis Chilavert, el mítico arquero paraguayo, dijo adiós a su carrera futbolística en el estadio de Vélez Sarfield, en Buenos Aires. Lo acompañó lo más granado de su generación, incluyendo al ya retirado Iván Zamorano. Como se recordará –incluso por quienes creen que la “pasión de multitudes” (el fútbol) no es lo suyo- Zamorano también gozó del rito de una espectacular despedida.

Para Colin Powell, en cambio, no habrá una celebración parecida... salvo que su presencia en Santiago, para la APEC se considere como tal, que no lo es. Todavía el “sindicato” de embajadores y cancilleres no ha llegado al grado de intima amistad de los jugadores de fútbol. Pero, sobre todo, lo que ocurre con Powell es que su popularidad, que pudo llevarlo a una candidatura como Vicepresidente o incluso Presidente de los Estados Unidos, se desgastó brutalmente en sus cuatro años en el Departamento de Estado. El epitafio lo escribió un editorialista de The New York Times el martes pasado al recordar las enfáticas afirmaciones de Powell el 5 de febrero de 2003 en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuando respaldó las acusaciones contra Saddam Hussein.

Como pronto supo un mundo crecientemente enojado, señaló el diario, Powell entregó medias verdades, datos de inteligencia pobremente analizados y fantasías.. . acerca de un programa de armas nucleares en Bagdad que no existía y estimaciones ferozmente exageradas sobre los arsenales de armas químicas y biológicas de Irak y sus eventuales vínculos con Al-Qaeda”.

Desde que se conoció la verdad de los hechos, la estrella pública de Powell empezó a declinar rápidamente. Ello no ha impedido, como demostró en Santiago, que su afable personalidad sigue intacta. Lo mismo que su lealtad, que lo obligó a mantenerse a contrapelo en un gobierno cuyas orientaciones claramente no comparte.

Ya sabemos quien lo reemplazará. Condoleezza Rice tiene pergaminos más que suficientes para el cargo: estudiosa, académica de brillante carrera, su arma más poderosa es la cercanía con Bush. Ella se encargó de ayudarlo a entender el mundo ya que, como buen texano, su horizonte internacional era muy limitado. Su misión no será intentar aplacarlo. Como señaló la agencia Efe, “desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, Condoleezza Rice ha sido una firme defensora de la guerra contra el terrorismo y se le considera una de las promotoras de la doctrina de ataques preventivos que ha abrazado Washington”. La misma nota la describió como la “hija de un pastor protestante y de una profesora de música, de clase media acomodada”, a quien sus padres le inculcaron desde muy niña que, si quería triunfar, tendría que ser "doblemente mejor" que los demás.

Esa es, precisamente, la historia de su vida.

Se parece, como la de varias generaciones de ciudadanos negros de Estados Unidos, a la propia biografía de Colin Powell. Pero, como suele ocurrir, es un “versión” mejorada: más preparada, más consciente de sus fortalezas y debilidades y, sobre todo, más implacable a la hora de actuar.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Noviembre de 2004

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