Participación de Abraham Santibáñez en seminario organizado por el Colegio de Periodistas y el Centro de Estuios de la Prensa de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica. (Noviembre de 1999)
Pocas preguntas hay más difíciles de responder que las que se refieren al futuro. O, mejor dicho, que -tras el paso del tiempo- resistan indemnes el contraste con la realidad.
Esto es universal y no vale la pena insistir mucho. Pero conviene poner algunos ejemplos.
Ninguno de los autores más famosos de ciencia ficción pensó nunca que tendríamos computadores personales en casa, conectados a una red mundial como Internet.
Sin embargo, a fines de la década de los 60, en los momentos en que empezaba a tomar forma el Internet, Herman Kahn fue capaz de profetizar “la era de la electrónica, computadores, automatización, cibernética, ordenación de datos o ciertos conceptos relacionados”.
Julio Verne -que imaginó tantos prodigios de la era industrial, no concibió algo parecido. Tampoco H. G Wells.
No es culpa suya, es la imposibilidad de poder anticipar por qué caminos se inclinarán las mayorías al momento de elegir una nueva aplicación tecnológica.
Es viejo ya el cuento de lo que le podría haber sucedido a Gutenberg si se hubiera presentado a un concurso para conseguir fondos para el invento de copias múltiples.
Parece adecuado citar aquí al profesor canadiense Gaetan Tremblay, quien plantea con lucidez algunas de las dificultades y peligros que no siempre se toman en cuenta.
Dice:
“....Se hacen grandes proyectos, se espera mucho de la construcción de las autopistas electrónicas, pero no podemos, por el momento, predecir la reacción de los consumidores.
La historia nos lo enseña, los usos de una nueva tecnología de comunicación se construyen lentamente e implican una serie de factores cuyas características técnicas constituyen sólo un elemento. Los usos resultan de un largo proceso de construcción social y a menudo reservan sorpresas a los iniciadores de la oferta tecnológica”.
Ahora el dilema parece estar entre el Internet y el diario soporte papel.
Las generaciones jóvenes, según parece, están poco a poco entrando en la era digital.
Pero muchas otras personas, sobre todo las que no han tenido ejemplos persistentes de lectura y uso de los diarios en sus hogares, también están dejando de lado los medios tradicionales y recurren a los nuevos medios para satisfacer sus necesidades de diversión, conocimientos específicos, comunicación con otras personas o, simplemente para combatir la soledad y el aislamiento. No para informarse.
Pero no podemos olvidar que desde siempre la sociedad, toda sociedad, necesita de este intercambio de información para enfrentar el futuro, hacer planes, reconocer lo positivo que hacen sus gobernantes y denunciar sus errores y debilidades. “Cada acción individual, anota Kunczik, se basa en significados que, al ser trasmitidos y comunicados, terminan siendo compartidos por toda la comunidad”.
Esta es, en definitiva, la metáfora de la democracia, incluso desde antes de institucionalizarse como tal. O de una afirmación que parece muy revolucionaria o moderna pero que igualmente tiene sus raíces en lo más profundo de la historia del hombre: la información es poder.
Lo que ha ocurrido es que, desde la pequeña aldea del comienzo de la historia hasta la que predijo Marshall McLuhan hace tres década, la humanidad debió efectuar un gigantesco recorrido. Pero ahora, dándole la razón al profeta canadiense, el círculo se está cerrando y las personas, en todo el mundo, empiezan a comunicarse de manera directa y a interactuar del mismo modo que sus antepasados de hace miles de años.
Lo que ocurrió desde entonces es que el crecimiento de la sociedad tornó imposible la continuación del proceso de comunicación directa del comienzo.
Pese a la mantención de algunos ritos, como el encuentro periódico de los integrantes de cada comunidad por distintos motivos, la distancia con otros grupos imposibilitó el contacto amplio y permanente. La humanidad se dispersó por la superficie del planeta. Se perdió el contacto físico y con él, la comunicación y la interacción... Se mantuvo, sin embargo, la necesidad de la comunicación. Lo que faltaba era la herramienta que la hiciera posible. Sólo en tiempos relativamente recientes, gracias a Gutenberg, se dispuso de una tecnología que permitió recuperar, aunque sólo en parte, la intercomunicación perdida.
La imprenta hizo posible la reanudación del diálogo entre las personas, aunque fuera más bien unidireccional y, por razones de costos, necesariamente masivo.
Los “medios” de comunicación: primero la prensa, mucho más tarde la radio y la TV, han permitido masificar la información.
Han marcado profundamente el desarrollo de la sociedad, la difusión de las ideas y la consolidación de la idea democrática. Pero han tenido insuficiencias.
Es sobre este escenario, al que parecíamos irremediablemente condenados, donde se manifiesta el gran cambio.
Treinta años después, finalmente el desarrollo tecnológico le dio la razón a Marshall McLuhan y hoy día la “aldea global” ya es realidad.
Fue necesario un dramático cambio en la política mundial, incluyendo el derrumbe del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética para que la supercarretera de la información empezara a concretarse. Hoy, gracias a la convergencia tecnológica, no sólo disponemos de la televisión por cable y por satélite, sino que podemos transitar por el archivo permanentemente actualizado y más grande de la historia del hombre: Internet.
Al mismo tiempo, sin embargo, la conclusión a que llegaron muchos creyentes en las teorías de McLuhan, en el sentido de que los medios impresos iban a desaparecer y que Gutenberg había quedado superado, no se ha cumplido. Lo que hay en realidad es el surgimiento de nuevos medios y no el reemplazo automático de unos por otros.
Es, por lo demás, lo que pasó con la radio, que se creía al borde de la extinción cuando se popularizó la TV. No ha sido así y hoy goza de mejor salud que nunca.
De lo anterior se desprende -de manera tentativa, porque en este terreno no hay nada garantizado- que los medios que hoy conocemos no van a desaparecer ante el embate de las nuevas tecnologías que irrumpen en todas partes con gran fuerza.
Pero evidentemente deberán acomodarse a los nuevos tiempos: aprovechar lo que se les ofrece y, al mismo tiempo, olvidarse de algunos viejos hábitos.
Del mismo modo, los periodistas probablemente no van a desaparecer, pero sí deberán estar mejor preparados que nunca.
Una investigación, cuya primera parte se desarrolló entre 1995 y 1996 en forma conjunta por cinco profesores de las Facultades de Ciencias de la Comunicación e Información y de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad Diego Portales ( 1), nos ha permitido ahondar en el tema.
Un grupo de tesistas de periodismo contribuyó, además, mediante la realización de focus groups y encuestas a directores de diarios en soporte-papel, a conocer el interés de los posibles usuarios en Chile y la capacidad de respuesta de los propios periodistas.
La primera observación es que hablar de diario electrónico puede inducir a engaño. De manera creciente, algunos autores están hablando de un nuevo medio. En todo caso, habría que darle una denominación más específica y acorde con las características que diferencian -y, sobre todo, que pueden diferenciar- este medio del diario tradicional.
Algunas de estas características son:
1.- La posibilidad de hacer la entrega noticiosa en tiempo real.
Al revés del diario en soporte papel, no es inevitable un intervalo de horas entre el momento en que se produce la noticias y aquel en que llega al lector. No se requiere de tiempo para el trabajo de pre-prensa y prensa, ni para la distribución física. Como dice un autor que durante muchos años trabajó en revistas, esta diferencia puede ser sustancial:
“Si yo soy un editor y puede apretar una tecla para cerrar mi revista un minuto antes de la medianoche del sábado y un minuto después de la medianoche, el público tiene acceso a toda la revista en su pantalla casera -o parte de él, conforme sus propios requerimientos, en su impresora- yo diría que eso es simplemente sensacional. La tecnología ha incrementado enormemente mi rapidez y efectividad como editor, rebajando el tiempo entre mi hora de cierre y el momento en que el lector recibe mi trabajo, de dos días (o tal vez dos semanas) a dos minutos, o quizás instantáneamente.”
2.- La capacidad de reunir diversos estímulos sensoriales.
Un diario electrónico propiamente tal, puede tener no sólo texto, sino otras formas de información: gráficos, infografía, video y audio. De hecho, hay ejemplos relevantes: The Daily Telegraph, de Londres, que ha sido pionero; la página -por llamarla de algún modo- de CNN y numerosos otros ejemplos que muestran que el paso siguiente, la creación de nuevos medios, no relacionados necesariamente con los tradicionales en soporte papel, ya se está dando.
Así como escribió Marshall McLuhan, en 1967, en su libro El Medio es el Masaje, “todos los medios son prolongaciones de una facultad humana, física o síquica”, podríamos decir que la tecnología multimedia puede llegar a convertirse en la proyección de los cinco sentidos del hombre: la vista, el gusto, el tacto, el olfato y el oído.
3.- Y hay más: mediante los enlaces adecuados, el diario electrónico ideal debería permitir el acceso a la más gigantesca y actualizada base de datos del mundo: la que existe ya en Internet y que está creciendo día a día en proporciones imposibles de imaginar.
Para algunos, esta es una pesadilla, pero en la práctica, un acceso bien administrado, vía hipertexto o hipermedia, hecho con criterio periodístico, puede ser lo más revolucionario de esta gran revolución comunicacional-informativa.
4.- Finalmente, el mayor aporte del diario electrónico es la posibilidad de que sea personalizado.
Esto significa que cada usuario podrá pedirle a su computador que le reúna las noticias que más le interesan y que se las dé con el máximo de detalle posible.