El precio del deber periodístico

Llueve sobre mojado en el periodismo mundial. El año pasado fue un mal año, con un récord –según el informe de Reporteros sin fronteras- de 53 profesionales de la información muertos en actos de servicio, trece más que en 2003. Y 2005 ya anotó, en su primera semana, la desaparición de Florence Aubenas, enviada a Irak por el diario francés Liberation, a quien acompañaba el intérprete “todo terreno” Hussein Hanoun al-Saadi. A primera hora del miércoles 5 de enero ambos salieron de su hotel en el centro de Bagdad, sin que se tuvieran más noticias de ellos.

Calificada como “una excelente periodista” por quienes la conocen y saben de su trabajo, la suerte de Florence Aubenas es impredecible. Una fuente diplomática francesa explicó a Le Monde que se pueden aventurar “cuatro hipótesis acerca de lo ocurrido: puede haber sido muerta, herida, secuestrada o detenida por error”, ninguna de las cuales es tranquilizadora.

Como primera medida, mientras el gobierno francés aseguraba que intensificaría la búsqueda de la enviada de Liberation, se recomendó a todos los viajeros, incluyendo explícitamente a los periodistas, no viajar a Irak “teniendo en cuenta los riesgos que existen en ese país para la seguridad de las personas”.

Para los responsables del diario ésta no es una alternativa posible: “En el momento del secuestro de Christian Chesnot y de Georges Malbrunot (dos periodistas franceses que sufrieron un largo cautiverio en Irak el año pasado), consideramos importante, igual que muchos otros colegas, permanecer en el sitio de la noticia, porque nuestro papel es dar testimonio, mientras sea posible, de una situación de crisis o de conflicto que nos concierne a todos”. Antoine de Gaudemar, director del diario, reiteró esta semana que “la misión del periodista es no ceder la palabra a quienes, en todas partes, intentan manipular la verdad”.

El afán de cumplir el deber profesional costó más de medio centenar de vidas de periodistas en 2004 en todo el mundo. Más del doble (107) estaban encarcelados el primero de enero de este año, principalmente en Cuba y en China. Conforme los registros de Reporteros sin fronteras, el sitio más peligroso sigue siendo Irak, donde el año pasado murieron 19 periodistas y doce colaboradores (traductores, ayudantes y choferes, personajes todo en uno, cuyo papel se resume en una expresión intraducible: “fixeur” ). No sólo han caído periodistas en medio de una guerra: en Filipinas y en Bangladesh, las denuncias sobre la corrupción o las bandas criminales han sido la causa de la mayoría de los asesinatos.

En el caso de Florence Aubenas, ella ya había despachado un primer reportaje sobre los preparativos electorales titulado: “En Bagdad, el voto entre el boicot y la muerte”. Al momento de su desaparición estaba en la propia capital iraquí o en viaje a Tadji, al norte del país, en la investigación de otros dos temas: el voto femenino y los sobrevivientes del asedio de Falluja. Paradojalmente ella, que se ha mostrado siempre muy crítica del papel de los medios, trataba de explicar los complejos fenómenos que ocurren en Irak. ¿La razón? Lo que ella misma escribió en un libro de 1999:

-La prensa ha construido en parte su legitimidad a partir de la base de un mundo explicable... Al final de un artículo, un lector debe poder exclamar, con la satisfacción del aficionado a las novelas policiales que descubre al asesino: “Así era, exactamente”.

Esta búsqueda de lectores satisfechos es la meta del buen periodismo. Pero tiene un alto precio.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas Enero de 2005

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