Un puente ¿hacia dónde?

El martes pasado las recibió el Papa Juan Pablo II en el Vaticano. “Gracias a Dios estáis vivas”, les dijo a Simona Torretta y Simona Pari, las dos voluntarias italianas que estuvieron secuestradas durante tres semanas en Irak. Para su visita, “las dos Simonas”, como las bautizó la prensa italiana, vistieron de negro y se mantuvieron arrodilladas ante el Papa durante toda la audiencia. Una semana antes, también vestían de negro, pero estaban cubiertas –como lo exige el fundamentalismo islámico- de pies a cabeza cuando las recibió el representante de la Cruz Roja en una explanada frente a la mezquita de Umm Al Qura en Bagdad.

Enzo Nucci, enviado de la RAI 1, contó que anochecía en la capital de Irak el martes 28 de septiembre, cuando se instaló frente al televisor a fin de seguir las transmisiones de Al-Jazeera junto a un colega francés. Se sabía que la liberación de las dos voluntarias de la ONG “Un puente hacia...” era inminente, pero no había manera de confirmarlo. Entonces, inesperadamente, Al-Jazeera le dio a Nucci la emoción más grande de su vida profesional: la transmisión, “en vivo y en directo”, de la reaparición de las dos jóvenes. Tras levantar sus velos frente a las cámaras, Simona Torretta y Simona Pari se despidieron de sus acompañantes, agradeciéndoles cálidamente en árabe: “Shukran gesilan, muchas gracias”. Luego de abrazarse con el francés –contento éste por la alegría del italiano; triste porque todavía seguían secuestrados dos periodistas, compatriotas suyos- Nucci hizo lo que correspondía: “golpeó” al mundo con la noticia.

Es difícil explicar el sentimiento que sacudió a Italia. Su participación en la guerra de Irak ha tenido un alto costo, en términos humanos y económicos. En este caso, las negociaciones para evitar una tragedia fueron largas y complejas. El 10 de septiembre, tres días después del secuestro, grupo Ansar Al Zawahiri pidió como rescate la liberación de todos los musulmanes detenidos en Irak. Dos semanas después se anunció que las jóvenes habían sido ejecutadas. Casi simultáneamente, la Organización para la Guerra Santa en Irak aseguró lo mismo. El gobierno italiano planteó que se trataba de una “campaña mediática”.

Un par de días más tarde, el Rey Abdala, de Jordania, sostuvo que las Simonas seguían con vida. Las negociaciones no se habían detenido. Una primera demanda fue por cinco millones de dólares. Finalmente –nunca se confirmaron los datos- se habría llegado a un acuerdo por un millón de dólares. Fue “elaborado en silencio, con discreción y cuidado”, señaló el Corriere della sera, con la aprobación de todos los sectores políticos.

Al conocerse la liberación, el Presidente de la República se mostró feliz. El Primer Ministro, el polémico Silvio Berlusconi, también. El Papa calificó lo ocurrido como “una gran alegría” y el Coliseo se iluminó del mismo modo como se ilumina cada vez que se conmuta una sentencia de muerte en algún lugar del mundo.

Lo que está claro es que la odisea de estas dos jóvenes –una, con vocación de antropóloga; la otra, de periodista- pone en grave riesgo el futuro de la opción no violenta. La organización no gubernamental “Un puente hacia” pretende, precisamente, tender puentes sobre los abismos de odio que se han abierto en países como Afganistán, Irak y Bosnia.

Ahora no será fácil seguir con la tarea. Confiemos en que no sea imposible.

Publicado en octubre de 2004

Volver al Índice