The real problem

Uno de los recursos menos felices del periodismo nacional es el de endilgarle, venga o no al caso, el adjetivo de “perfecto” al inglés del Presidente Ricardo Lagos. El Jefe de Estado habla, sin duda, un buen inglés. Y, lo que es más importante, se comunica bien. ¿Para qué agregarle un adjetivo innecesario?

En esta perspectiva, creo adecuado insistir en el tema, especialmente porque dos comentaristas lo acaban de tocar en las páginas del diario El Sur. Ellos nos confrontan a una realidad insoslayable: la “noble aspiración” de convertir a Chile en un país bilingüe, no debe implicar sometimiento “a la hegemonía cultural de los países del norte” precisa Rodrigo Colarte. Además, nos advierte Tito Matamala, no nos debemos enceguecer ante una realidad aplastante: “No aprendemos (inglés) porque estamos convencidos de que no lo necesitamos”.

Como punto de partida de su comentario, Matamala tomó dos hechos sobresalientes de 2004: el bochornoso intento de hacer una entrevista en inglés del cantante-animador (mas no periodista) Luis Jara, y el desempeño del Presidente Lagos como dueño de casa en la Apec. Ambos corroboran la importancia del dominio del inglés, obviamente. Pero yo agregaría otros dos hitos memos memorables, pero que es necesario tomar en cuenta.

En un supermercado santiaguino se produjo –es todo lo que sabemos- un incidente entre la ex ministra Mónica Madariaga y una ciudadana escocesa. La ex ministra se niega a dar más informaciones, pese a ser ella la querellada tras el intercambio de epítetos y de golpes. Sólo ha quedado en claro un hecho esencial: no hubo buena comunicación entre agresora y agredida y ello probablemente es culpa del idioma. La ex ministra se ofendió, según dice, porque la trataron de “bitch” (perra, en su peor acepción). ¿Será así realmente? Es difícil creer que dos damas, ambas bien educadas y de buena posición económica se traten así. Si así fuera, es evidente que doña Mónica tendría toda la razón para indignarse. Pero ¿habrá entendido bien lo que escuchó o creyó escuchar?

Lo planteo porque en estos mismos días, en una entrevista que es reveladora por otras razones (se queja, por ejemplo, delante de su entrevistador de que “le están haciendo las mismas preguntas fomes de siempre”), Marcelo Ríos también aborda tangencialmente el tema del uso del idioma inglés. Intenta explicar lo ocurrido “cuando me descalificaron en Los Angeles (en 2000)”. Según su versión, no fue “por lo que dije (fuck you), que fue bastante fuerte y no debí hacerlo. Creo que son distintas culturas. Para ellos, decir eso es muy fuerte”.

En verdad, lo suyo fue una grosería inaceptable. No deja de serlo porque se escucha con desoladora frecuencia en el cine y -nunca traducido en forma literal- en la TV. Lo que hizo nuestro el tenista, calificado como el mejor deportista del siglo en su momento, es peor que sacarle la madre a un árbitro. Pero, claro, él sigue pensando que fue sólo un problema de los “gringos” intolerantes.

La verdad es que Marcelo Ríos ha dado con la clave del problema (“the real problem”, habría que decir): para entenderse entre hispanos y angloparlantes no basta con saber el significado literal de las palabras. Se trata “de distintas culturas”. Por ello es necesario entender la cultura que hay detrás de lo que se dice. Y, mal que nos pese, en esta materia los norteamericanos son más cultos que los chilenos acostumbrados al garabato a toda hora y en todo lugar...

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 30 de diciembre de 2004

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