El precio de la porfía.

El Primer Ministro de Israel, Ariel Sharon, es la demostración viviente de que se necesita una piel de elefante para sobrevivir en política. Hace 20 años, con motivo de un viaje a Israel, estuve muy cerca de él, en una conferencia de prensa, en una ciudad costera del norte del país. Estaba a cargo de las operaciones de su ejército en el Líbano, en un intento por expulsar la guerrilla palestina. Se mostró muy militar, expedito y –como he escrito otras veces- tal como lo describía habitualmente la revista Time: “de pecho amplio como un barril”. Su exposición me pareció clara y contundente. Por lo demás, la invasión tuvo éxito. Yaser Arafat y sus “fedayines” debieron buscar otros santuarios. Pero la incursión terminó en tragedia: en septiembre de 1982, las tropas israelíes, al retirarse, dejaron abierta la puerta para que las milicias cristianas masacraran a niños, mujeres y hombres de Sabra y Chatila.

El horror de lo ocurrido estuvo a punto de costarle la carrera a Sharon. Pero sobrevivió. Y, años más tarde, logró, en gloria y majestad, el poder político, apoyado en su línea inflexible. Sharon y su partido, el Likud, ganaron al electorado con una oferta de mano dura, que incluía la permanencia indefinida de los asentamientos judíos en los territorios ocupados desde 1967.

Este mes de agosto, tras haber cobrado incontables vidas palestinas a lo largo de estos años, en medio de la protesta de los colonos, el mismo ejército que los protegió por casi cuatro décadas, los sacó, “por la razón o la fuerza”, de la franja de Gaza. Dio comienzo, de inmediato, al mismo proceso en Cisjordania.

El costo, seguramente habría sido menor de no ser por años de porfiados esfuerzos a favor de estos asentamientos enclavados en medio de una población hostil.

Fue tanta la pasión acumulada que solo el Likud -y no le ha resultado fácil- podía revertir el proceso. Pero falta mucho. Los acuerdos de Oslo fueron claros. El carácter de “ocupante” se mantiene hasta la firma de un acuerdo definitivo de paz. Pese a la retirada, Israel no permite la utilización del puerto y del aeropuerto. Según Le Monde, los palestinos de Gaza deberán viajar hasta el Cairo, a 450 kilómetros de distancia, para tomar el avión y los puertos más cercanos para el ingreso y salida de sus productos, Damietta y Port Said, están a más 300 kilómetros.

Decir que Gaza ha sido liberada (afirma es el diario francés citando las palabras de un dirigente local), es una mistificación sin precedentes del conflicto palestino-israelí”. El abogado Yunés Al-Yarou, presidente de Conciencia, una agrupación de defensa de los derechos humanos. fue más allá en declaraciones a la prensa: “Se trata de un precedente grave: Gaza queda totalmente aislada de Israel, lo que no nos preocupa, pero también queda sin conexión con Cisjordania y Jerusalén en materia política, humana y económica, lo que sí constituye un verdadero problema”.

De todos modos, ha sido un primer paso. Lo reconoció francamente el líder palestino Mahmud Abbas, quien llamó la semana pasada personalmente a Sharon para reconocer su “decisión” de retirarse de Gaza, que calificó de “valiente e histórica”.

Como dijo Winston Churchill, costó realmente “sangre, sudor y lágrimas”. Es de confiar que haya sido en vano. Según las encuestas, en este tiempo Sharon ha mantenido –contra viento y marea- el apoyo de la más del 57 por ciento de sus compatriotas. Notable para alguien cuya carrera militar y política parecía acabada hace 20 años.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 29 de agosto de 2005

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