Los riesgos de la libertad de expresión

El peor peligro lo corre quien contesta solo porque tiene una cámara de TV por delante

Pregunta: ¿Qué le parece el anuncio de que el Frente Patriótico Manuel Montt se está rearmando?

Respuestas coincidentes de varias autoridades chilenas consultadas en el Congreso Nacional a comienzos de 2002: "Mal, la violencia debe ser rechazada, venga de donde venga".

A nadie, según cuentan los estudiantes que hicieron un video en su curso de televisión y que viajaron a Valparaíso a la sede del Congreso Nacional a plantear esta pregunta, pareció llamarle la atención el nombre del supuesto FPMM. Bastó, dice una de las estudiantes, que llevaran una cámara profesional para que los parlamentarios y dirigentes políticos de alto nivel se prestaran gustosamente a contestar.

Hasta ahora no se sabe que este programa en concreto haya motivado alguna reacción adversa. Pero, preguntas y respuestas parecidas produjeron el mismo efecto del proverbial cántaro que tanto va al agua que termina por romperse. Se empezó con una drástica restricción al acceso de los periodistas a la sede del Congreso. La determinación tomada en una Comisión de la Cámara de Diputados fue "flexibilizada" más tarde, pero igual persiste la inquietud en el gremio y en los medios.

Una vez más repuntan en el horizonte las cargas emocionales y los viejos temores frente a los eventuales excesos que se puedan cometer en el ejercicio de la libertad de expresión. Ya se habían asomado durante la larga tramitación de la Ley de Prensa. Luego de ocho años de tiras y aflojas se llegó a un acuerdo que no es satisfactorio del todo. Después vino el fallido intento de La Moneda de imponer un "corralito" para los periodistas. Parece que hay un consenso nuevo en la sociedad chilena: los periodistas son un peligro -un estorbo, al menos- ante el cual hay que precaverse.

Hubo un tiempo en que no fue así. En que se aplaudió la existencia de una prensa libre. Hubo un tiempo en que existió consenso en torno al principio de que sin libertad de expresión no es posible una verdadera democracia. El torbellino de la polarización previa al 11 de septiembre de 1973 y el largo período de restricciones siguientes, pusieron en jaque estas convicciones. Pero era de esperar que el retorno a la normalidad nos permitiera recuperar el aprecio por la información libre y responsable. No ha sido así. Hay sectores importantes de opinión pública que descubrieron que una prensa amordazada podía serles de utilidad. Por lo menos, cómoda. Y les gustó.

En este cuadro, resulta lamentable que los poderes públicos no sean capaces de dar ejemplo de transparencia. Cada una de las iniciativas restrictivas recientes, nació como reacción a algún tropiezo con una cámara indiscreta o con un periodista excesivamente inquisidor. Cuando no son los subsidios a los parientes, con cargo al erario nacional, son las molestias por los primeros planos incómodos o las revelaciones ingratas. Y, tal como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, se prefiere castigar al mensajero que enmendar las equivocaciones. Nadie, como lo demuestra el caso del Frente Patriótico Manuel Montt, se preocupa de cuestionar a los interrogadores o de ejercer los derechos de la fuente a saber de qué se trata y dónde se va a usar el material que se está recopilando, que es la manera civilizada de evitar bochornos.

No podemos desconocer que hay periodistas y medios que cometen errores y excesos. Pero es nuestro convencimiento de que es preferible exponerse a estos errores y excesos que bajar la cortina y rodear de misterio lo que debería ser abierto y transparente. Esta es la motivación tras el recurso de protección de un grupo de académicos de nuestra universidad ante la Corte de Apelaciones de Valparaíso. No se sabe la suerte definitiva de esta presentación, pero sí resulta alentador que por lo menos haya sido acogida a tramitación. Algo es algo.

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Publicado inicialmente en el diario El Sur de Concepción el Sábado 3 de Agosto de 2002. Edición revisada

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