Mundos pequeños

Puede parecer sorprendente que el joyero Ricardo Ignacio Concha Candia haya estado a punto de caer en lo que parece una estafa a gran escala de los representantes en España de Sealand, una nación de metal de 140 metros de largo por 40 de ancho, enclavada en el mar a pocos kilómetros de la desembocadura del Támesis. Pero, a juzgar por su testimonio cuando lo involucró en el asunto la policía española, frenó a tiempo. Provisto ya de un pasaporte de Sealand, los representantes del “regente” Francisco Trujillo, un ex-policía nacido en Almería, le habían encargado la compra de oro para acuñar monedas para el Principado de Sealand lo que en definitiva no hizo.

No sólo pasaportes. También bandera (roja, blanco y negra); un impresionante escudo de armas; lenguaje oficial (el inglés) y moneda (un dólar de Sealand vale lo mismo que un dólar norteamericano).

En un mundo donde nada de lo anterior garantiza la supervivencia, el argumento supremo de Sealand son los informes en los cuales dos cientistas políticos con grados de doctor, avalan abundantemente la existencia del mini-estado. Y, como si todo esto fuera poco: dos páginas “oficiales” en Internet permiten entrever algunas disidencias.

La historia conocida dice que tras la proclamación del nacimiento de Sealand en 1967, Gran Bretaña reconoció de facto su existencia cuando sus tribunales descubrieron que estaba más allá de sus aguas territoriales, fuera de su alcance. El padre de la criatura fue Paddy Roy Bates, un ex oficial británico que había estado a cargo de la estructura metálica, parecida a una plataforma petrolera, que se levantó para la defensa de la entrada del Támesis durante la Segunda Guerra Mundial.

A los 78 años, Bates ya no tiene la salud ni la energía del comienzo. Ello explica que lo que fue una demostración de audacia, comparable a la que se exhibe en “El rugido del ratón”, una película de los años 50 que a veces reaparece en los canales del cable, deviniera en turbio negociado. Lo de España es el escándalo más sonado, ya que la falta de escrúpulos de los representantes “diplomáticos” de Sealand los llevó a asociarse con altos personajes de la vida social y política española en la fundación Goya. Ahora, naturalmente, han manifestado su repudio y ya no volverán a la elegante “embajada” en el Paseo de la Castellana. Pero esta incursión en sociedad no es lo peor: Andrew Cunanan, el asesino del modisto Gianni Versace tenía pasaporte sealandés. En Eslovenia, hace tres años, también aparecieron documentos del Principado en una operación de lavado de dinero proveniente de la droga. Y en Hong Kong, en la desesperación previa a la devolución de la colonia británica a los chinos, se vendieron unos cuatro mil pasaportes mil dólares cada uno.

El asunto, como es comprensible, le está dando mal nombre a una realidad antigua: la de los microestados, de los que se conocen muchos casos a lo largo de la historia, pero que se potencian ahora con Internet, la globalización de las comunicaciones y la angustia de quienes se han quedado sin patria debido a tantos cambios geopolíticos.

Sealand es apenas un botón de muestra.

Según una definición, “micronaciones, microestados, países imaginarios, contrapaíses, naciones no reconocidas o estados efímeros son todos términos para referirse a países cuya independencia ha sido declarada por individuos o grupos ero que no han logrado reconocimiento diplomático generalizado”.

Hay varios, no se sabe cuántos, incluyendo el Reino de Landreth, el Dominio de Melquisedec y el Reino de Talossa.

La República de Lomar, que reconoce no tener territorio alguno ni pretensiones de lograrlo, asegura que tiene trece mil habitantes, lo que la deja en el lugar 222 en una lista de 235 naciones del mundo. También -al parecer conocedores de la mala fama de Sealand y otros mini-países- que su interés es la defensa de los derechos humanos y no constituirse en un santuario sin impuestos.

Lomar es una República que no tiene Presidente. Lo va a elegir cuando su población supere los 20 mil habitantes, algún día....

14 de abril de 2000