De selvas y desiertos

Tras la abrupta subida desde el puerto de Iquique, el feroz panorama del desierto irrumpe sin contemplaciones. Alto Hospicio, más allá de la connotación trágica del último tiempo, es una muestra desolada de los desafíos de la vida en una zona desértica, donde sólo la necesidad puede obligar a la gente a levantar su vivienda. La “pampa” calichera, que se extiende prácticamente desde ahí mismo, ha sido, desde el siglo XIX, fuente de riquezas, dolores, pasiones y esperanzas. También ha sido la veta que han explotado numerosos escritores, el más exitoso de los cuales es, en este momento, Hernán Rivera Letelier, autor de Santa María de las Flores Negras.

Desde miles de kilómetros de distancia, Isabel Allende situó La ciudad de las bestias, su última novela, en la selva amazónica, pletórica de lluvia y vegetación, a medio camino entre Venezuela y Brasil. Son dos escenarios tan opuestos como el cielo y el infierno, sin que se sepa con certeza cuál es cual.

Durante los meses previos a la designación del Premio Nacional de Literatura ambos autores figuraron con cierta fuerza entre los aspirantes, sobre todo Isabel Allende,. Pero, a pesar de sus muchos méritos, la lectura de estos libros revela que todavía están (o debieran estar) lejos del galardón.

Rivera Letelier tiene una pluma ágil: da la sensación de que escribe con facilidad y, por lo mismo, se lee con facilidad. La vida en las salitreras, desde La Reina Isabel cantaba Rancheras, le ha ganado un público fiel. Nunca tanto –todavía al menos- como el de Isabel Allende, que tuvo la ventaja de saltar al mercado en el momento preciso, cuando muchos lectores querían saber qué pasaba en Chile y por qué y ella brindó una mirada fuertemente impregnada de realismo mágico en La Casa de los espíritus y De amor y de sombras.

Ambos autores, sin embargo, pese a sus obvias diferencias, adolecen de una falla que es evidente en Santa María... y En la ciudad... Los dos, como si fueran magos aficionados, permiten que el público vea o entrevea sus secretos. El esquema de la última obra de Hernán Rivera es simple: contra el sobrecogedor telón de fondo de la masacre de la escuela Domingo Santa María, hace desfilar un cortejo de pampinos, entre los cuales destacan dos parejas: una muy joven y otra más madura. Su destino se entrelaza con los dramáticos acontecimientos de diciembre de 1907, pero cualquier lector con cierta experiencia podría anticipar fácilmente lo que ocurrirá: quien sobrevivirá y quién no y cuando se producirán los momentos culminantes de las historias secundarias.

Isabel Allende tiene una mano más experta, pero este intento de captar un público juvenil le plantea complejos desafíos que no logra sortear con pleno éxito. No basta con embarcarse en un proyecto con connotaciones medioambientalistas y dibujar retratos idealizados (Alex Cold es un adolescente sano que no fuma ni bebe, a quien le gusta escalar montañas y que rápidamente deja atrás sus mañas y traumas infantiles). Mantener el ritmo, manejar el suspenso hasta lo intolerable, describir escenarios no conocidos y salir airoso de la prueba no es fácil. Isabel Allende lo logra... pero podría hacerlo mejor y lo ha hecho mejor.

Una buena venta no siempre asegura un premio. No el Nacional, como algunos admiradores fanáticos hubieran querido.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 2 de noviembre de 2002

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