La tendinitis es lo de menos

¿De qué hablamos cuando nos ponemos serios y decimos que las nuevas tecnologías digitales, sobre todo Internet, plantean fascinantes posibilidades y también serios riesgos y peligros?

Hay algunos aspectos que saltan a la vista. Cada nuevo internauta confiesa haber cumplido algún anhelo reprimido por años: los “infoadictos” dicen que ahora gozan de las noticias de todo el mundo, los “compradores” (con los que se completan las dos categorías dominantes en la fauna chilena) pueden comprar libros, CD y miles de otros productos en tiendas virtuales chilenas y del mundo entero, lideradas por la legendaria “Amazon.com”. Hay quienes juegan bridge con aficionados de otros países a lo que nunca han visto ni verán. O intercambian mensajes, venciendo barreras económicas y de tiempo, incluso las diferencias horarias tan incómodas a la horas de hablar por teléfono.

Eso, respecto de las ventajas.

En cuanto a los peligros, los que se mencionan habitualmente son los derivados del acceso indiscriminado a la pornografía, en primer lugar. Pero hay zonas intermedias, en las cuales la libertad de expresión simplemente está haciendo trizas los idiomas (todos, no solo el castellano) y hay algunos lugares que destilan odio, llamados a la violencia y la xenofobia. (Un juez francés está tratando de lograr lo que parece imposible: que los franceses no tengan acceso, a través de Yahoo, a los lugares de culto del nazismo En un loable pero tal vez nada práctico esfuerzo por aplicar la legislación de su país pese a la opinión mayoritaria en contra de los expertos).

Pero hay otros riesgos, que son más profundos que los problemas de la vista, las tendinitis o la obesidad de quienes no se despegan del teclado durante todo el día (o la noche).

Lo más importante de todo es, sin duda, la pédida de sentido de las proporciones.

Cuando todo está al alcance del computador, parece que nos pertenece y no sentimos la necesidad de pagar por su uso o siquiera de pedir permiso para ello. La propiedad intelectual, que en varios países igual que en Chile, ha perdido terreno por las facilidades para sacar fotocopias impunemente, se multiplica en Internet a escala mundial. El tema del MP3 y un sitio como Napster, que permite el intercambio gratuito de archivos musicales, es menor comparado con la facilidad con que los estudiantes –de todos los niveles- pueden ahora “bajar” sus tareas de la red, sin un mínimo esfuerzo de investigación propia. El peligro derivado de la comodidad es relativo, pero existe. Más grave es el concepto ético que hay detrás. Si yo puedo obtener lo que quiero de la red y con ello mejoro mis notas, haciendo pasar por propio lo que no es, algunos de mis valores fundamentales han entrado en crisis. Nada me va a parecer impropio: ni alterar las fotografías mediante su digitalización, ni hacer aparecer personajes en mis grabaciones (de audio o video) con quienes nunca estuve en la realidad.

Todo es posible en este mundo nuevo, pero igual que en el mundo anterior, necesito sólidas guías éticas. Esa es -insisto en algo que ya expresé aquí anteriormente-el papel que deben asumir fundamentalmente nuestras universidades. El resguardo de nuestros valores – incluida la identidad nacional- debería ser una de sus tareas prioritarias.

Publicado en El Sur el 9 de diciembre de 2000.