Terremotos económicos y también sociales.

En 1960 los chilenos no conocíamos la palabra “tsunami”. Pero, a lo largo de la historia, habíamos ido aprendiendo de sus devastadores efectos, literalmente de un extremo a otro del país. En mayo de ese año, cuando el cataclismo estremeció física y emocionalmente a Chile, se produjo de inmediato, como ha ocurrido siempre, una poderosa reacción solidaria, expresada en ropa y víveres. Pero hubo un tropiezo: sin un mecanismo expedito como es hoy la Onemi, afloró una generalizada desconfianza acerca de la forma cómo se distribuiría esa ayuda.

El terremoto de 1939 había dejado un mal recuerdo: mucha gente temía que la ayuda se perdiera en el camino. En consecuencia, si un particular quería colaborar en el transporte, sólo se le permitía cargar la ayuda si un estudiante lo acompañaba y se hacía responsable. Así fue como emprendí un viaje improvisado desde la vieja casa de la Fech, en la Alameda. Tras una larga noche y casi un día de viaje, entregamos el cargamento en una escuela en Villarrica. Recibí a cambio un certificado que guardé por mucho tiempo.

La experiencia de ese año nos dejó muchas lecciones: la solidaridad renovada; la grande y prolongada angustia por Valdivia; la generosa ayuda de Estados Unidos que más tarde se convirtió en la Alianza para el Progreso del Presidente Kennedy.

Esta historia no es única. El terremoto del 39 nos dejó desconfianzas. Pero también la Corfo, el gran motor de la industrialización de Chile del siglo XX. Junto con la cuota de sufrimiento, los sismos del 60 nos permitieron dar un gigantesco paso a la modernidad.

Por eso, si se piensa bien, no debería sorprendernos que, con ocasión de la tragedia del sudeste asiático, The New York Times haya hecho un análisis acerca de cómo –a veces, no siempre- estas catástrofes pueden producir cambios históricos, políticos o sociales.

La región, pese a su floreciente turismo, atravesaba por graves problemas el 26 de mayo. Ya se sabía que en Sri Lanka (la antigua Ceylán) se libra una larga batalla con los tamiles. Pero hay otros conflictos menos conocidos. La provincia de Aceh, en Indonesia -escribió el periodista Donald McNeil Jr.- “ha estado bajo una virtual ley marcial” debido a la lucha contra los rebeldes separatistas. En Tailandia los enfrentamientos entre el gobierno y los musulmanes costaron “por los menos 500 vidas el año pasado”, añade el mismo periodista. Y no se trata solamente de problemas políticos. Las Maldivas, como consecuencia del mayor nivel del mar que se produce por el calentamiento global están amenazadas de desaparición.

Hay quienes esperan, sin embargo, que la magnitud de la catástrofe produzca una reacción positiva. En primera instancia, en Ceylan la larga lucha entre el gobierno y los rebeldes se convirtió en una competencia en quien presta una mejor y más rápida ayuda. La posibilidad de que la ONU canalice los mil millones de dólares que ha pedido Kofi Anan puede revitalizar el organismo y, sobre todo, generar cambios sociales y económicos profundos que exhiben buenos resultados macroeconómicos pero que están plagados por los problemas internos.

Esto ya ha sucedido antes. La profesora Diane E. Davis –citada por The New York Times- cree que el fin del reinado del PRI en México se aceleró por el mal manejo de las autoridades tras el terremoto de 1985. Tal vez pase lo mismo en el sudeste asiático.

Abraham Santibáñez

Publicado en el diario La Prensa Austral de Punta Arenas en Enero de 2005

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