Tribuna para un acusado

Pongo a consideración del jurado -los lectores de esta columna- un caso imaginario, aunque no tanto.

En el programa de televisión "Semillero de estrellas", participa un joven familiar del director de Investigaciones Nelson Mery. El programa exige, además de las habilidades en competencia, la presentación del entorno de cada joven. La pregunta es inevitable: ¿incluiría hoy el canal un cálido retrato de Nelson Mery en los momentos en que el ambiente político y de derechos humanos está atravesado por graves acusaciones en su contra?

No hay una respuesta segura. Pero se puede aventurar que lo más probable es que las autoridades de la estación televisiva se cuestionaran seriamente acerca de la oportunidad de tal presentación. Independientemente de la validez de las acusaciones contra Mery, es obvio que la tormenta política involucraría al joven aspirante a estrella, afectando -positiva o negativamente- sus posibilidades. Lo que no parece aceptable es que el canal siguiera adelante sin más justificación que un escueto comunicado en que informa que "esas son las reglas del juego".

Anteponer la letra al espíritu es, desde el punto de vista del análisis ético, un error. Incluso la justicia, que debe aplicar la ley -"ciegamente", según se suele decir- puede tener algún margen y por eso se estipula que las penas tienen distintos grados y son variables.

Es evidente que en una sociedad compuesta por personas, la razón y el corazón deben ponerse de acuerdo. Cuando hay casos en que se hiere la sensibilidad de las víctimas de violaciones a los derechos humanos, nadie puede escudarse en la letra del reglamento para cerrar los ojos y "echarle para adelante".

Entre Nelson Mery y Jorge Vargas Bories, protagonista real de una situación como la descrita, hay diferencias. Por lo menos dos. Una es que los crímenes por los que se les acusa, aunque graves, tienen magnitudes diferentes. Pero la gran diferencia es que en el caso de Vargas Bories las denuncias en su contra son antiguas, y por mucho tiempo fueron duramente descalificadas por ser "parte de la campaña de antipatriotas" contra el régimen militar. Y yo lo sé porque muchas veces fue el argumento con que se descalificaban las investigaciones que algunos periodistas y algunos medios hicieron en esa época.

Mery, en cambio, se ha convertido en paradojal bandera de lucha -sin que ello descalifique las acusaciones en su contra- que reúne a familiares de detenidos desaparecidos y a opositores al actual gobierno. Eso explica que este incidente haya recibido más difusión que otros casos. No es menos grave, pero nos obliga, como ocurre a menudo, a revisar nuestras motivaciones. ¿Reaccionamos de buena fe? ¿O estamos influidos por otras razones circunstanciales: políticas, por ejemplo? ¿Estamos incurriendo en un doble estándar?

El análisis ético nunca es fácil. No es cuestión de aplicar ciegamente algunos preceptos morales (un código, por ejemplo) sino de establecer un balance entre valores en pugna: verdad y lealtad, por ejemplo. O, como está ocurriendo con mucha frecuencia en nuestros días, entre verdad y vida privada.

Señores del jurado: ustedes tienen la palabra.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 19 de julio de 2003

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